Pues sí, fuimos a Santander. La idea era participar en el campeonato nacional de dardos electrónicos que organizó la FEDE y, ya puestos, disfrutar de la riqueza gastronómica de la ciudad.
Llegamos a la hora de comer, ¡buen plan! y tras dejar nuestras cosas en las habitaciones del hotel ABBA Santander, nos dirigimos al restaurante Peña Candil, un clásico de la ciudad. Se trata de un restaurante con vivero propio, amplio y muy adecuado para celebraciones de todo tipo.
Nos dispusimos pues a disfrutar de nuestra comida. Elegimos unas rabas y unos mejillones en salsa como entrantes y después un arroz con bogavante.
Las rabas correctas, los mejillones estaban bien cocidos, sin embargo en la salsa predominaba demasiado el sabor del pimentón.
El arroz fue lo mejor de la comida, jugoso, en su punto de cocción y con una buena cantidad de bogavante.
Regamos la comida con dos botellas de cava.
A la hora de los postres elegimos una tarta de queso que compartiríamos entre los cuatro, sin embargo no nos gustó demasiado, era excesivamente dulce.
Tras reponer fuerzas y pasar una agradable sobremesa entre amigos jugando una partida de mus, nos dirigimos al Pabellón de Deportes de Santander para cumplir con el trámite de la inscripción, saludar a unos cuantos viejos amigos y confirmar que al día siguiente no comenzaríamos a jugar hasta las cuatro de la tarde. ¡Bien!, nos daría tiempo a tapear antes de jugar.
Por la noche decidimos ir a cenar al Restaurante Bodegas la Conveniente, donde dimos cuenta de varias especialidades locales como unos quesos y unas exquisitas anchoas, además de unas croquetas, empanadillas y... ¡vaya, no me acuerdo! (Hmmmm... nota mental, hay que entrenar lo de tomar notas para evitar estos inconvenientes). Bien, tengo que decir que no puedo describir bien el local por la sencilla razón de que estaba lleno a rebosar, si bien puedo decir que es un lugar popular, donde se ameniza la cena con un piano y en el que está prohibido fumar. La cocina es sencilla y tradicional y el local está decorado como una antigua bodega, con toneles y vigas a la vista.
Continuamos la noche tomándonos un par de copas, pero esa es otra historia...
Al día siguiente:
Aprovechamos la mañana para hacer unas compras para agasajar a la vuelta del viaje, por lo que fuimos a una encantadora tienda de productos locales que se encuentra a pocos pasos del hotel, allí, nos amenizaron la espera con un poco de buen jamón que nosotros mismos cortamos y una copa de vino. ¡Nada mejor para comenzar el día!.
El tiempo corría, había que alimentarse y dirigir nuestros pasos hacia el pabellón de deportes por ello nos encaminamos hacia el antiguo mercado, donde dimos buena cuenta de un par de pinchos
Aún había hambre, así que decidimos ir a un lugar bien concurrido, Casa Ajero, dónde degustamos unos sabrosísimos (aunque perezosos, por lo que tardaron en llegar) champiñones envueltos en bacon sobre salmorejo.
Ya estábamos dispuestos a enfrentarnos al campeonato de dardos
Pero eso, también, es otra historia, de hecho hay quien asegura que jamás estuvimos allí.
Esa noche lamimos nuestras heridas de nuevo en el Peña Candil, dando cuenta en esta ocasión de unas deliciosas croquetas de bogavante y de un chuletón compartido mientras a nuestro lado, un grupo de hombres cenaban y compartían canciones al más puro estilo de una taberna marinera.
El último día.
Todavía quedaba disfrutar de un desayuno en Santander y, de nuevo, no nos alejamos demasiado del hotel, pues allí al lado, viendo el mar, puedes desayunar en una terraza disfrutando de una tortilla rellena o de unos cuantos pinchos elegidos de entre los expuestos en la barra de la taberna marinera Machichaco.
Disfrutad de esta ciudad, es pequeña pero tiene mil y un rincones deliciosos en los que podéis dar cuenta de una deliciosa comida marinera, tradicional, vanguardista, etc. En Santander tienen cabida todas las tendencias gastronómicas.
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