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jueves, 2 de junio de 2011

Nueva York (IV) Niágara


La mayoría de los españoles cuando viaja a Nueva York por turismo/ocio, no viaja a muchos sitios más, lógico, es una ciudad en la que puedes permanecer mucho tiempo viendo cada día algo nuevo. De hecho, la mayoría ni siquiera sale de Manhattan.

Unos cuantos se adentran en otros barrios de la ciudad y se dan una vuelta por Brooklin, Queens, Bronx o Stanten Island. Si tienen tiempo se organizan para visitar Boston o Washington y algunos vamos a ver las Cataratas del Niágara.

Se trata de una atracción turística que creo que ha pasado un poco de moda, pero que era muy habitual en las pelis de los años 50, 60 ó 70.

Las cataratas suponen una frontera natural entre los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá y a su vez constituyen la separación entre los lagos de Erie y Ontario. El lado USA se encuntra en el estado de Nueva York y se organizan muchas excursiones desde la ciudad para visitarlas y pasar una noche allí.

Lo más eficiente es realizar el viaje en avión hasta la ciudad de Buffalo, pero nosotros fuimos en autobús, aviso: 8 horas de viaje.

Puede resultar muy aburrido, pero es un viaje muy importante desde el punto de vista antropológico. La carretera atraviesa paisajes preciosos, bosques increibles y pueblos con nombres imposibles de origen indio.

A lo largo de la ruta, el autobús hace un par de paradas y descubres cómo en cada población, por pequeña que sea, se repiten los mismos patrones. Población dispersa en viviendas individuales con banderas de Estados Unidos, un Dunkin' Donuts, un McDonald's y un restaurante autoservicio "all you can eat" abierto un montón de horas en el que puedes comer hasta reventar por un precio ridículo.

Y eso es lo que hacen, comer hasta reventar. Me temo que el Estados Unidos rural no tiene nada que ver con el urbano y menos con Nueva York. Apenas a unos cientos de kilómetros de la ciudad ya descubres este mundo de familias superobesas y desdentadas que comen fuera de casa una vez al día porque le sale más barato y fácil que comprar comida y cocinar. Es impresionante (y triste) ver como familias enteras desfilan cargando platos llenos hasta reventar de comidas grasintas y llenas de salsas y dulces. Adolescentes diabéticos y desdentados de 150 kilos. Eso es lo que te hartas de ver en esos lugares.

Llegamos a Niágara, es una ciudad que se encuntra a ambos lados de la frontera. El lado canadiense es mucho más grande y turístico que el lado USA y eso es porque las cataratas se ven mucho mejor desde Canadá.



Nosotros teníamos el hotel en USA.

Nada más llegar nos dimos un baño en su piscina cubierta, nos vestimos y nos dispusimos a cruzar al otro lado. Estábamos a fnales de septiembre y hacía frio, el invierno debe ser tremendo.

Atravesamos un puente y llegamos a la frontera, no hay ningún problema para pasar al lado canadiense. Allí "disfrutamos" del parque de atracciones que es aquello. Está lleno de hoteles, casinos, restaurantes...

Después de ver el espectáculo de luces de las cascadas (absolutamente hortera) fuimos a cenar. Casi no había nadie por la calle, de hecho estaba todo desierto, y muchos sitios cerrados, así que acabamos cenando en el Hard Rock, ya os podéis imaginar, hamburguesas, patatas fritas y cerveza. Prescindible.


A la derecha del puente USA, a la izquierda Canadá





La sorpresa desagradable vino al volver a pasar la frontera para volver al hotel, ¡te cobran dinero por volver a entrar en USA!, ¡menudos sinvergüenzas!.

A la mañana siguiente embarcamos en una abarrotada embarcación que te acerca (y mucho) hasta las cataratas y os aseguro que te calas ¡y hacía frío!.






Y así nos volvimos a Nueva York otra vez por carretera y en otra travesía de 8 horas.

La verdad, me pareció prescindible, debímos haber empleado el tiempo en visitar Boston o Washngton. Si aún así queréis ir, mirad los vuelos a Buffalo, a lo mejor podéis ir y volver en el día y os ahorráis una noche en un lugar tan profundamente aburrido como Niágara.



jueves, 31 de marzo de 2011

Nueva York III: Meatpacking District


Cuando comenzamos esta experiencia bloguera, nuestra primera crónica viajera fue de Nueva York, en aquella ocasión os dije que contaríamos nuestra experiencia en tres episodios, pero va a ser que no. ¿Y cómo es eso?, pues básicamente porque el blog lo llevo yo, la crónica es mía y la cuento como quiero.

No, es broma, lo que ocurre es que creo que es más flexible un post un poco más corto y temático, por lo que hemos cambiado el formato.

Hoy voy a hablaros de una noche en la que recorrimos el sur de Manhattan y la zona del Meatpaking District.

Alucinante.

Bien, en la zona sur de la isla se encuentra un campus universitario, ¿os suena la imagen de la fuente?, miradla bien, se trata de la misma fuente en la que los protagonistas de Friends comenzaban los episodios y sí, la casa que salía en los pocos exteriores de la serie está allí mismo.


La fuente se encuentra en la Plaza Washington (Washington Square Park) y allí mismo, bajo el mismísimo arco, disfrutamos de una de esas actuaciones vocales que tanto abundan en la ciudad. Os dejo el vídeo.





Desde la plaza caminamos hacia el oeste, por la calle St. Christopher, o lo que es lo mismo, el barrio neoyorquino dónde podréis ver banderas arco iris. En los años 70 se convirtio en la zona gay de la ciudad. No es muy grande, al menos lo que nosotros vimos, nada que ver con Chueca, a no ser por la presencia de algunos restaurantes, bares de copas y zonas de ocio con cierto parecido, pero en resumidas cuentas, se trata de algo mucho más pequeño y modesto que se confunde con otras calles de la zona. Es un lugar muy bonito y sorprendente, sobre todo porque los edificios datan de principios del siglo XIX, las calles de la zona tienen trazados irregulares (algo muy curioso en Nueva York) y en lugar de asfalto, pisas sobre pavés.

Muy cerca hay una zona de ocio con ambiente universitario, eso sí, muy cool. Abundan los oyster bars y algunos restaurantes exóticos. Nosotros nos decantamos por un restaurante israelí, ¡estábamos consiguiendo comer como auténticos neoyorquinos!, es decir, ya habíamos ido a restaurantes italianos, japoneses, chinos y ahora un israelí. Además de alguna clásica hamburguesa, el peor perrito caliente que me he comido en mi vida y esos absurdos y descomunales cafés con aromas imposibles y la cafeina y el azucar necesarios para aguantar una semana sin dormir.

Ahora que lo pienso... ¿y si en vez de jet-lag lo que yo tenía era una sobredosis de cafeina?. Aún recuerdo el primer café que me pedí, el diálogo fue más o menos así (yo hablando fatal en inglés y la camarera mirándome como si fuera venusiano):

- Hola, quería un café.
- Con sabor a qué.
- ¿Cómo que a qué?, ¿a café?.
- No hay café con sabor a café, tiene que pedir vainilla, canela, cacao...
- Pero es que yo no quiero que sepa a nada, quiero que sepa a café.
- Pues de eso no tenemos.
- ¿¿¿¿????.


Después de una frugal cena a base de hummus (es que no puedo evitarlo, cada vez que lo veo me lo pido) y alguna cosilla más, emprendimos camino, esta vez sí, hacia el Meatpaking District.

Se trata de un barrio que está muy de moda en la ciudad, es un espacio rehabilitado en los antiguos mataderos de la ciudad, más concretamente en las antiguas salas de despiece de las que salía la carne que consumía Manhattan y así fue durante muchísimos años.

Me cuentan que en los años 80 era una zona abandonada, peligrosa, habitada por ratas como perros y prostitutas. Sin embargo, algún avispado inversor (la mitad de las estrellas de Holliwood del momento) se dedicó a invertir en la zona y, poco a poco, inmuebles condenados fueron tomando nueva vida y en los antiguos mataderos comenzaron a aparecer restaurantes o bares de copas.

Así fue hasta que la presión de los nuevos inversores consiguió que se promulgara una ley que convirtió a toda la zona en un espacio protegido, de modo que todos sus edificios y sus calles de pavés han de ser conservados (a pesar de los problemas que causa el adoquinado en los tobillos de las neoyorquinas subidas a taconazos increibles).

Daos una vuelta por la zona, hay restaurantes abiertos las 24 horas, clubes nocturnos, salas de arte, mercados gourmet. Lo más glamouroso de la ciudad se da cita allí. Dicen, nosotros no lo vimos, que el mejor momento se da al aprovechar una tarde de tormenta que deje el suelo mojado, así, al anochecer, podemos ver el pavés iluminado por el atardecer.


Nosotros sólo paseamos por The Highline, un parque lineal de dos kilómetros y medio que aprovecha un antiguo trazado del metro elevado. Han conservado las vías y a todo lo largo han creado un precioso parque con muchas zonas para sentarse y contemplar la ciudad desde lo alto. Sin duda alguna uno de los paseos más bonitos de la ciudad.




Y así, seguimos caminando y caminando porque la noche lo merecía y nos permitió contemplar la luna llena sobre el Empire State.


Al llegar a Times Square nos topamos con una marea humana, no ocurría nada extraordinario, solamente era sábado, ¡increible!, casi no se podía caminar.


Lo mejor de todo es que en la esquina de Times Square y la calle de nuestro hotel, se estaba realizando una exposición de muscle cars. ¡El broche perfecto a una noche maravillosa!.






jueves, 6 de enero de 2011

Nueva York (II)


Continuamos con nuestro periplo por Manhattan.


Día 3:


Continuaba con mi Jet lag, lo cierto es que no me importaba mucho, en Nueva York no hay tiempo que perder. El único problema era que el personal de hotel empezaba a mirarme mal, no debe ser muy habitual que un cliente se meta en la sauna a las cinco de la mañana.


En fin, al grano.


Como ya era costumbre, desayunamos contundéntemente, huevos, tostadas, zumo, bollos. ¡De todo!. Y salimos a la calle.

En esta ocasión tomaríamos rumbo norte, nos dirigimos directamente a la Quinta Avenida y avanzamos en dirección a Central Park, de camino, fuimos parando en los escaparates de diversas y famosas tiendas de lujo. Nos llamó la atención la costumbre de no poner el precio en los productos. No sé si responde a una estrategia de marketing según la cual, al no ver el precio decides entrar en la tienda a preguntar. Bueno, en Abercrombie en lugar de escaparate ponen a un tio en calzoncillos en la acera, luego, cuando entras en la tienda todo está oscuro, hay música al volumen de que debe estar en Pachá Ibiza y las vendedoras bailan de pie sobre los mostradores con los pantalones vaqueros, ¡impresionante!.
 
Antes de llegar a Central Park, paramos en el MOMA. No tengo palabras, sin duda alguna uno de los museos más espectaculares del mundo, el propio edificio es una obra de arte.
   


Interior del MOMA



Broadway


Desde aquí, volvimos a la Quinta Avenida y llegamos ya a la altura de la calle 59, es decir, la esquina sur-este del parque, en este momento, a la izquierda puedes ver el Hotel Plaza. Métete en el hall y respira su aire decadente y lujoso, toda una experiencia florida (había miles de rosas). 


Tienda de Apple
 Enfrente del hotel se encuentra la tienda de Apple, un cubo transparente que resalta en ese lugar. 
 
A partir de ahí decidimos desviarnos un poco y no continuar ascendiendo por la 5ª avenida (a la altura del parque se denomina Park Avenue), sino por la 4ª, que está llena de tiendas de lujo, de antigüedades y tiendas de muebles... ¡pero en la que no vimos ni un solo bar ni restaurante!, hasta que llegamos casi a la altura de la calle que llega al Metropolitan y allí nos detuvimos a comer en un coqueto restaurante italiano. Y digo coqueto por no decir minúsculo e incómodo. En general los americanos entienden la comida italiana como algo delicioso y exótico y eso explica que me cobraran 15 dólares por una ensalada que consistió, literalmente, en 3 rodajas de tomate, una bola pequeña de mozzarella y 3 hojas de albahaca, ¡sin cortar ni nada!. El camarero se sorprendió mucho al ver mi cara de asombro y tuvo que sorprenderse más aún cuando me preguntó si quería aceite y le dije que por mi me podía echar las sobras del plato de la mesa de al lado, porque 15 dolares por el desastre que me había servido era una barbaridad. En fin, me lo comí.

En consecuencia, no comáis en la 4ª avenida a la altura de Central Park.

Después del más que frugal tentempié, fuimos al Metropolitan. De nuevo me quedo sin palabras y además, como el objeto de este blog es la gastronomía, no os abrumaré con las maravillas que allí hay, eso sí, debo contaros que podéis subir a la azotea, dónde, además de poder contemplar una impresionante vista de Central Park y los edificios que lo rodean, podéis tomaros una cerveza bien fresquita.




Central Park desde la azotea del Metropolitan
 


Atravesando Central Park


A continuación atravesamos el parque y salimos a la altura del edificio Dakota, a mi modo de ver me pareció más interesante ese lado de la ciudad.

Edificio Dakota

Después de admirar el edificio y comprobar que el Museo de Ciencias Naturales estaba a punto de cerrar, nos dirigimos a la 9ª avenida. Allí ocurre todo lo contrario que al otro lado del parque. Estaba llena de restaurantes y bares "after work", donde mucha gente para al salir del trabajo a tomarse una cerveza o un vodka y comer algo antes de ir a casa. Nosotros estuvimos en un maravillos Sushi bar justamente detrás del Dakota donde degustamos un mini-maki variado y una cerveza que nos supo a gloria.

Continuamos bajando por la calle y viendo como un montón de restaurantes italianos, franceses, vegetarianos, etc, se iban llenando de gente. Recordad esta zona, maravillosa para disfrutar de la gastronomía neoyorquina.


Al llegar al Lincoln Center bajamos por Broadway hasta el el Columbus Circle, lugar en el que la colonia italiana celebra el su fiesta el 12 de Octubre ¿?. Y así continuamos calle abajo hasta nuestro hotel, dónde descansamos un poco (muy poco) y bajamos a la calle dónde, en un pub irlandés, nos zampamos una descomunal hamburguesa con una gran cerveza y con el estómago saciado nos dirijimos a un lugar maravilloso, el 230 Fifth, una terraza ubicada en la azotea de un edificio de la Quinta Avenida, entre las calles 26 y 27. Se trata de un sitio fenomenal para degustar un cóctel o incluso comer algo mientras disfrutas de la vista del Empire State iluminado al frente.

Yo, por supuesto, me pedí un Manhattan.




Vista del Empire State desde el 230 Fifth, al fondo, el Chrysler
  
Día 4:

Voy a ahorraros como fue mi despertar, sí, yo y mi jet lag.


Dedicamos la mañana de este día a recorrer otros barrios neoyorquinos y pasear por Bronx, Queens y Brooklin, pero esto lo reservamos para otro capítulo.


Comimos en un restaurante de China Town, me gustaría poder deciros el nombre, pero lo cierto es que no lo sé, estaba escrito en alfabeto chino, al igual que la carta. De todos modos si os dijera que fue estupendo mentiría, vamos, un chino como cualquier chino de barrio de cualquier ciudad española.
 

The Cloisters
 Inmediatamente, nos fuimos a visitar The Cloisters, una extravagancia que debemos a la familia Rockefeller (como tantas otras cosas en Nueva York). Se trata de un museo medieval construido con pedazos de edificios medievales europeos, principalmente españoles y franceses. Está muy al norte de la isla y recorrerlos supone una experiencia contradictoria, por un lado admiras su belleza y por otro..., ¿cómo es posible que este pedazo de historia saliese de Europa como lo hizo. En fin, dejemos las consideraciones políticas y económicas para otros foros. Si os decidís visitarlos, es importante que sepáis que la visita está incluida en la entrada al Metropolitan, siempre que vayas el mismo día, es decir, puedes visitar el Metropolitan y después darte un garbeo por los cloisters. Lo cierto es que nosotros acudimos un día después, pero nos dejaron entrar.

Volvimos en un autobús que recorre una gran parte de la isla de norte a sur atravesando Harlem. Nos bajamos a la altura de la tienda de Apple en la esquina sureste de Central Park y caminamos hacia el sur por la Quinta avenida hasta llegar a la altura del Flatiron, sin duda uno de los tres edificios más bellos de la ciudad, junto con el Chrysler y un tercero que os dejo elegir a cada uno. Allí, enfrente, en la confluencia de Broadway con la Quinta, esperamos la puesta de sol.



Puesta de sol en el Flatiron

A continuación fuimos al Empire State, ¡ya era hora de subir!, que decir, ¡espectacular!, lo mejor de todo, más aún que las vistas, fue contemplar como avanzaban los pisos en el ascensor:



Y, bueno, el día había sido muy largo y muy duro. Habíamos recorido la ciudad de arriba a abajo, habíamos caminado mucho, habíamos utilizado el metro, el taxi y el autobús. Nos merecíamos un premio, nos gusta acabar cada jornada con un premio, así que nos dispusimos a disfrutar de uno de los restaurantes populares más afamados de Nueva York, el P.J. Clarke's que tiene varios locales en la ciudad, así que nos fuimos al primero, al original, P.J. Clarke's 1884. El sitio es fantástico, dispone de un bar con aspecto de pub irlandés y en la parte posterior, un coqueto restaurante lleno de recuerdos.

La carta se compone básicamente de hamburguesas, que puedes maridar con algunas de las excelentes referencias de que dispone su carta de vinos. Nosotros degustamos unas maravillosas a la par que sencillas hamburguesas (probablemente la mejor que me he comido en mi vida) regadas con un Pinot Noir californiano.

Un estupendo broche para una estupenda jornada.


P.J. Clarke's



Empire State iluminado por la noche.


jueves, 9 de diciembre de 2010

Nueva York (I)


Nueva York huele a Kebab, a perrito caliente y a cebolla frita, también huele a chicle de fresa y aire viciado de Metro vetusto. Por las noches huele a perfume caro y a Pinot Noir californiano, aunque sigue oliendo a hamburguesa y a cerveza de Brooklyn.

Nueva York suena a Frank Sinatra, aunque el no fuera de allí, nadie le ha cantado igual. También suena a jazz, a blues, a hip-hop y a Beethoven.

Nueva York es una ciudad fácil para visitar y recorrer. Muy colorida, aunque yo la vea en blanco y negro. Y probablemente la ciudad más cinematográfica del mundo.

Otros muchos, antes y mejor que yo, han hablado sobre esta ciudad, sobre lo que hay que hacer o ver o sobre quién vivió entre sus calles. Por eso voy a limitarme a contaros a grandes rasgos lo que hicimos en los apenas 5 días que allí estuvimos. Lo haré en tres capítulos, dos de ellos dedicados a Manhattan y otro dedicado al resto de la ciudad y a una excursión a las Cataratas del Niágara.

Un consejo, tomaos más tiempo, nosotros fuimos a toda velocidad y si bien os aseguro que es cierto todo lo que aquí os digo que vimos e hicimos, puede ser recomendable tomarse las cosas con un poquito menos de velocidad.

Día 1:

Llegamos por la tarde, tras el interminable trámite de salir de su aeropuerto después de haber jurado que no pensaba atentar contra su presidente o pintarrajear la Estatua de la Libertad y después de haber dejado que comprobasen mis huellas dactilares y mi iris, pusimos rumbo a Manhattan, la isla que ocupa el centro de la vida neoyorkina. Ocupa 22 km de largo y 6 de ancho en su mayor distancia. El aeropuerto está lejos, según te acercas adivinas al fondo su “skyline”, mientras a los lados ves que atraviesas barrios enormes con casas muy humildes, a mucha distancia unas de otras y te preguntas ¿dónde compran el pan?.

Llegamos al hotel, estamos cansados, pero no podemos parar, tenemos poco tiempo y no podemos perderlo. Hay muchas formas diferentes de alojarse en esta ciudad, por regla general os puedo decir que hay muchos hoteles bastante anticuados al gusto español y además, no tienen costumbre de incluir los desayunos en los alojamientos. Por todo ello nos decantamos por un hotel muy demandado por los españoles que visitan la ciudad, el Grace Room Mate, un hotel que sí incluye el desayuno, que está a un paso de Times Square, que te incluye una pequeña piscina, un gimnasio, una sauna e incluso un hamman.

Las habitaciones son tan modernas como pequeñas y requieren cierta capacidad motriz, pues las camas están encajadas como si estuvieras en un barco. Por otro lado, quiero advertiros, es un hotel muy divertido, cada noche hay una fiesta en su bar y/o en su piscina, pero eso no tiene por qué gustarle a todo el mundo. Un consejo, intenta conseguir una habitación en una planta superior, en las de las plantas inferiores puede que oigas jaleo de las fiestas (sobre todo los fines de semana).

Dejamos por tanto todos nuestros trastos en la colorida y disparatada habitación y salimos a recorrer la ciudad.



Se hacía de noche y dirigimos nuestros pasos hacía el Rockefeller Center, subimos hasta su azotea y contemplamos la ciudad a nuestros pies y el Empire State enfrente, si tenéis poco tiempo, subir aquí es una opción, todo el mundo intenta subir al Empire State y a veces hay colas enormes, pero en el Rockefeller Center suele haber mucha menos cola, la altura es sólo un poco menos y puedes ver el propio Empire State.


Tras pasar bastante frío y hacernos unas fotos con otros españoles (practicamente todo el mundo ahí arriba esa noche era español) continuamos camino hacia St. Patrick, la catedral de Nueva York. Es muy bonita, enorme y austera, aunque su tamaño queda acongojado en el exterior entre sus vecinos rascacielos.

Las calles de Manhattan son oscuras, de las alcantarillas sale vaho (¡es verdad!) y la basura a primeras horas de la noche se acumula en las esquinas. Sorprende mucho a los españoles ver lo poco iluminadas que están las calles, básicamente se ve algo porque la gente deja las luces de viviendas y oficinas encendidas, ¡literalmente!, ¡hay miles de oficinas vacías con las luces encendidas!, aún así, hay tramos en que no se ve nada, no me puedo imaginar como están iluminados los suburbios.

Después de visitar la catedral nos dirigimos al Hotel Waldorf Astoria, había una fiesta y todo el mundo vestía esmoquin y vestidos de noche. Nos daba un poco de vergüenza y nos fuimos pronto, pero creo que nos podríamos haber tomado un par de canapés.

Finalmente y como última parada de la noche, visitamos la Grand Central Station y allí, en la terraza del bar de Michael Jordan nos tomamos un Bloody Mary maravilloso (y muy picante, absteneos los estómagos delicados) mientras recordaba alguna de las decenas de veces que había visto su hall en alguna película, como "El rey pescador" o "Los intocables de Elliot Ness" y su “homenaje” al "Acorazado Potemkin" de Eisestein. También es típico el Oyster bar que hay más abajo, pero esa noche estaba lleno a rebosar.

No deja de ser un poco extraño y duro, estar bebiendo un cóctel en una terraza sobre el maravilloso hall de la estación y ver a tu lado a indigentes que se disponen a pasar la noche en las escaleras de la estación o arrastran un carrito de supermercado con todas sus pertenencias. Nueva York siempre te recuerda al cine.

Día 2:

Me despierto a las 5 de la mañana, el Jet Lag, hace estragos, de nuevo me vienen imágenes de pelis a la cabeza y recuerdo al protagonista de "Lost in Translation". Bajo al gimnasio, a la sauna, al hamman y a la piscina y cuando veo que alrededor de la misma comienzan a colocar mesas para el desayuno, me subo a la habitación, ¡tengo hambre!.

Bajamos ya vestidos, el desayuno es abundante y bueno, aunque hay falta de espacio para acomodarnos, es normal compartir mesa en este hotel. Yo os recomiendo bajar pronto, si no, os va a tocar esperar mesa libre.

Antes de las 8 de la mañana salimos del hotel, volvemos a Times Square y vamos al Metro para dirigirnos hacia el sur de la isla. El plano de Manhattan es básicamente un damero, dónde las avenidas recorren la isla a lo largo en numeración creciente de derecha a izquierda y las calles recorren la isla a lo ancho en numeración creciente de sur a norte. El sistema tiene sus ventajas, pues si vas, pongamos, a la 5ª con la 85 no tienes que preguntar a nadie, vas a la primera esquina, ves que estas en la 6ª con la 35 y ya sabes, hacia el norte 50 calles y hacia el este una avenida.

Pero ojo, no todo es así, hay dos excepciones, en el extremo sur de la isla el plano es irregular y las calles tienen nombre, esto se debe a que reproducen el plano de la colonia original de Nueva Amsterdam, en cuyo límite superior construyeron un muro de protección que ahora se corresponde con Wall Street.

La otra excepción es Broadway, una avenida irregular que recorre la isla de norte a sur y que se supone reproduce el trazado de un antiguo camino indio, de ahí su irregularidad.

El Metro de Nueva York es antiguo, feo y cutre, pero funciona de maravilla y es el mejor medio de transporte. Atención, en Manhattan las lineas de Metro poseen dos andenes en cada dirección, en uno de ellos, el convoy para en todas las estaciones de la línea, en el otro, sólo para en los transbordos, ¡es fantástico!, puedes recorrer grandes distancias rapidísimamente.

Bajamos cerca del Ayuntamiento, recorrimos andando esa parte de la ciudad, nos dirigimos hacia Wall Street y continuamos descenciendo hacia Battery Park, allí, nos subimos al Ferry que se dirige a Staten Island y pasa al lado de la Estatua de la Libertad. Hacía frío, el barco va lleno de turistas que hacen fotos en cubierta, las vistas son espectaculares. En enero debe ser horrible.

En Staten Island estuvimos poco tiempo, el suficiente para comerme el peor perrito caliente de mi vida.

 

De vuelta a Manhattan, caminamos hacia la Zona Cero. No hay palabras, no diré nada.

Continuamos ascenciendo por la orilla izquierda de la isla, alcanzando el barrio de Tribeca, desde allí y por Canal Street atravesamos la isla a lo ancho. La calle es como un inmenso mercadillo. Alcanzamos un borde de China Town y subimos hacia Little Italy, que, básicamente, es un decorado para turistas en Mulberry street, en el que tipos disfrazados de extras de "El padrino", te hablan en italiano y se ponen pesadísimos pidiéndote que entres en su restaurante dónde, en un alarde de exotismo estúpido, te ponen los precios en Euros. Me defraudo mucho. Lo cierto es que Little Italy ha desaparecido absorbido por China Town.
 
Dimos la vuelta y bajamos hacia China Town. Es un espectáculo ver las tiendas, los productos que venden, los carteles en chino, etc. Nos detuvimos en una tienda y compramos un montón de comida extraña a nuestros ojos, pescados en salazón, frutas deshidratadas. Eso sí, advertidos quedáis, no todo es bueno.

Dirigimos nuestros pasos ahora hacia el puente de Brooklin para atravesarlo caminando mientras se va poniendo el sol. Hordas humanas lo recorren a esas horas. Turistas, deportistas, trabajadores que vuelven a casa en bici. En fin, es un espectáculo.

Al otro lado del puente, hay un par de heladerías en las que puedes degustar un helado a la altura del East River viendo enfrente Manhattan y con la vista más famosa del puente sobre tu cabeza. Eso sí, hacedlo en verano, si no, hace frío.

Para volver a la isla utilizamos el Metro, volvimos a Times Square y entramos en el Hard Rock. Aunque no comáis allí, os recomiendo entrar, es impresionante. Un poco después y sin salir de Times Square nos dirigimos al hotel Marriott. En la planta 48ª hay un bar-restaurante giratorio, es increíble. Tiene un punto hortera, perdón, kitsch, que lo hace muy gracioso, allí puedes tomarte una cerveza mientras sientes que la ciudad gira a tu alrededor. Un consejo, hacedlo antes de las 21:00 h., porque si no, tiene un suplemento y ya que estamos, ¿por qué pagar más?.


Bien, hasta aquí el primer capítulo, espero que os guste, próximamente la segunda entrega.