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domingo, 4 de marzo de 2012

Los preliminares: Roncesvalles.


Siendo apenas un niño, un adolescente reservado y ávido lector, devoré una serie de libros a cual más aburrido. No puedo explicar por qué me dediqué principalmente a leer los títulos de la colección “Realismo Fantástico” de Plaza y Janés, con su encuadernación rústica y sus peculiares autores. Creo que todo empezó cuando llegó a mis manos un libró al que mi padre consideraba interesantísimo y que por tanto, debía ser muy bueno, pensaba yo, se llamaba El retorno de los brujos.

 
 

Leí compulsivamente aquel libro fundacional del Realismo Fantástico y posteriormente los de otros autores como Louis Charpentier, Peter Kolosimo, etc. y en mi imaginación sólo veía espirales, ocas, monumentos megalíticos con mensajes ocultos, civilizaciones desaparecidas que se empeñaban en mostrarnos un montón de mensajes sólo interpretables por iniciados (en lugar de habernos dejado algo un poco más clarito, en fin, va a ser que eran un pelín retorcidillos). He leído un montón de referencias al dios Lug, celtas, constructores de catedrales, vikingos americanos o mapas de Piri-Reis. Y al final, todo parecía concentrarse, resumirse, en el Camino de Santiago, que pretende aglutinar, como una suerte de enciclopedia, todos los mensajes herméticos de la historia de la humanidad (a día de hoy, ciertamente está lleno de mensajes, pero estos son más prosaicos, como veremos más adelante).

Además está la parte lúdica. Como ya he dicho, no creo que haya en todo el mundo una mejor opción para unas vacaciones. Voy a explicarme: imaginemos un panfleto publicitario de un lugar en el mundo en el que se nos dice que podemos realizar actividades al aire libre sin grandes riesgos ni fuertes inversiones económicas, dónde poder degustar gastronomía de altura, con posibilidades (yo diría certeza) de conocer gente nueva, dónde poder apreciar monumentos, la riqueza histórica de España y dónde admirar espectaculares paisajes. ¿Acaso no nos sentiríamos atraídos por visitar ese fantástico lugar?.

Vamos, que lo tiene todo.

Corría el año 2007 cuando mi futura mujer y yo ya habíamos decidido fastidiarnos la vida un año entero mientras organizábamos nuestra boda y claro, una de las cuestiones que hay que decidir es qué hacer con los 15 días de permiso de que íbamos a disponer después del enlace. ¿Dónde iríamos?, Ya habíamos recorrido muchos de los destinos clásicos, sobre todo ella, que conocía lugares como Cuba, Estados Unidos, los fiordos nórdicos, Italia y otra media Europa. Juntos ya habíamos estado en lugares como Egipto, París, Londres, Praga o Budapest y para ese mismo año teníamos previsto recorrer Grecia y Polonia. Por tanto, ¿qué hacíamos?. Si bien era muy atractiva la idea de permanecer 15 días tumbados al sol en alguna playa paradisíaca, no nos acababa de convencer. Al fin y al cabo, lo que a nosotros nos gusta es viajar, conocer, comer, caminar… y desde luego, como ya hemos visto, había una opción en el mundo que cumplía con todos esos requisitos y no era otra que realizar el Camino de Santiago.

Estuve un tiempo preguntándome a dónde ir como alternativa.

No descubrí nada mejor.

Eso sí, lo más divertido fue contárselo a la gente y escuchar expresiones como:

  • ¿El Camino?, pero… ¿andando?.
  • Jajaja… estáis de coña, ¿verdad?.
  • ¿Es una broma?.

Así, finalmente con la ruta preparada y el cuerpo agotado (hay que ver lo que cansa casarse) iniciamos nuestra ruta. No íbamos a concluir el Camino, no teníamos tiempo, así al disponer de apenas 20 días el plan era empezar en Roncesvalles y llegar a León.

Desgraciadamente no pudimos cumplir el objetivo esa primera vez, pero volveríamos.

Queda claro que mis motivos no fueron religiosos, sin embargo, a través de las etapas y aunque no lo pretendas, es imposible no impregnarse de espiritualidad. Compartí jornadas (desgraciadamente no fueron muchas) con gente con diversidad de motivaciones a la hora de enfrentarse al Camino. Sentí respeto por todas y cada una de ellas y en ningún momento nadie me preguntó por las mías.

Nos casamos el 12 de abril de 2008.

La resaca del día 13 es uno de los episodios más sombríos de mi vida. Supongo que se juntó todo, los nervios anteriores, la tensión del día, la juerga de después y, sí, creo que bebí algo.

No, no pondré la lista de lo ingerido.

Imaginaos como fue la resaca que hice algo que no hacía desde 1992, ¡afeitarme la perilla!.

Mi mujer tuvo dolor abdominal durante varios días a consecuencia del ataque de risa que le entró al verme recién afeitadito. Llamó a sus padres para contarlo mientras yo, allí presente, pasaba por uno de mis mayores arrepentimientos.

El 14 de abril de 2008, lunes, para más señas, salimos de casa en dirección a la estación de Atocha. Cargábamos nuestras mochilas, bastones para caminar, un diario y una guía del Camino para ir empapándonos de lo que íbamos a encontrar.

El viaje se hizo pesado, después de los días pasados, un viaje en tren desde Madrid a Pamplona puede ser bastante duro.

Al llegar, lo primero que hicimos fue dirigirnos a la estación de autobuses, pues aunque nos sobraba tiempo, queríamos localizarla e incluso utilizar la consigna para dejar bultos y mientras llegaba la hora de la salida del autobús en dirección a Roncesvalles, haríamos tiempo visitando los lugares de peregrinación del casco antiguo de la capital Navarra, por lo que pusimos pronto “rumbo al pintxo”.

Hacía frío, llovía, el tiempo era desapacible, eso debió de haberme hecho reflexionar acerca de lo que nos esperaría, pero, que queréis, eso no es lo mío.

Comenzamos por la zona céntrica y nos dirigimos a El Gaucho. Bonito lugar, pero nada más llegar estudiamos la carta y comprendimos que en Navarra íbamos a tener problemas con los horarios, pues se come y se cena mucho más pronto que en Madrid, así, como casi eran las tres de la tarde, no nos miraron muy bien, pero bueno, nos dieron a probar sus manjares, como la “Lasaña de puerro y gambas e hilos de hojaldre”, que está muy rica, pero lo cierto es que el aspecto y el sonido de su nombre superan a su sabor y eso es algo que no debe ocurrir.

Recorrer el casco urbano de Pamplona, aunque hiciera un día de perros, fue muy agradable, continuamos visitando con mayor o menor fortuna otros de los templos gastronómicos pamplonicas y en los desplazamientos entre estos empecé a inquietarme ante lo que estaba viendo, pues en aquellos momentos estaban llegando peregrinos, llovía, hacía frío y aquellas personas iban cubiertas de barro. “Joder, esto es lo que me voy a encontrar”, pensé, pero no por mucho tiempo, supongo que encontré alguna cervecita para distraer mi preocupación.

Después de un tiempo y unos bares, nos dirigimos a la estación de autobuses prestos a salir hacia Roncesvalles, allí, en la estación, había otros cuantos peregrinos que sin duda nos acompañarían los siguientes días, entre ellos hablamos con tres, eran de Madrid, uno era de un club de montaña y aprovechaba cualquier día libre para ir a caminar a cualquier sitio y claro, el Camino era una gran oportunidad. Los otros dos eran amigos, uno de ellos pretendía llegar hasta Santo Domingo de la Calzada, pues en otra ocasión había iniciado allí el Camino y su amigo lo acompañaría hasta Logroño, ya que no disponía de tantos días como para seguirlo hasta el final, parece ser que se había dejado convencer en una noche de bares ante el infalible reclamo hispánico:

“No tienes huevos…”

Al fin llegamos a Roncesvalles, se me hizo eterno, lo cierto es que estábamos muy cansados, los días anteriores habían sido muy duros con los líos en el trabajo, la boda, la resaca, el viaje, etc.

Hacía frío, mucho frío.


Yo no sabía mucho de Roncesvalles, me imaginaba que sería algo más grande, pero bueno, me gustó mucho. Hay un albergue, dos hostales y unos apartamentos dónde buscar alojamiento alternativo.

El paisaje estaba nevado, nos instalamos como peregrinos de lujo en nuestro apartamento en la Casa de Beneficiados y dimos un paseo por los alrededores, vimos el hermoso albergue, donde sellamos nuestra credencial, la Colegiata, el bar y claro, como no podía ser de otra forma nos perdimos la misa de peregrinos. No lo hicimos aposta, que quede claro, me hubiera gustado ir, pero nos despistamos.


Cenamos pronto en Casa Sabina, una cena agradable en compañía de peregrinos, extranjeros todos menos nosotros, que seguro que nos acompañarían apenas unas horas más tarde. Entre ellos destacaba un respetable ciudadano europeo de mediana edad que hablaba en alemán (no diré que era alemán, porque durante los siguientes días me equivocaría en repetidas ocasiones con esta nacionalidad y unos cuantos peregrinos). Hablaba, pero hablaba poco, la mayor parte de su tiempo y energías los empleaba en fumar compulsivamente y degustar las excelencias del pacharán navarro. ¡Jo!, si ese tío era capaz de caminar 20 kilómetros diarios, yo pensaba darle un abrazo al final de cada etapa.

Cenamos caldo de gallina y un plato combinado con lomo, huevo y patatas fritas. Es una de las cosas que más me gustan del Camino, que puedes comer y comer sin ningún tipo de problema. Es más, ¡debes comer!, pues el Camino te exige.

Nos fuimos a preparar las mochilas y a dormir. 

No he comentado que suelo tener problemas para conciliar el sueño y realmente confiaba en que el Camino me sirviese de somnífero, pero aún no había empezado y por tanto esa noche, como otras muchas, especialmente las, digamos, cien anteriores, dormí mal, muy mal, lo cual no es nada conveniente si luego vas a caminar más de veinte kilómetros. Así, a las cinco de la mañana, desesperado, me levanté, me duché, me vestí y me leí las cincuenta primeras páginas de la guía que utilizaríamos durante el viaje.

A las seis de la mañana miraba por la ventana. Era de noche, pero juro que si no llega a ser porque tenía que esperar a mi mujer y no quería despertarla tan pronto, me hubiera echado a caminar en ese momento.

Finalmente, poco antes de las siete de la mañana, la desperté y pusimos rumbo a Casa Sabina y nos dispusimos a desayunar.




miércoles, 8 de febrero de 2012

Camino de Santiago: Introducción


Hola amigos, con esta entrada queda inaugurada una nueva sección que me hace verdadera ilusión, una guía y a la vez crónica viajera en primera persona, de la que es la ruta senderista más importante del mundo.

¿Y por que en este blog gastroviajero?, pues está muy claro, veamos, cada año más y más personas se lanzan al Camino con diferentes motivaciones, pueden ser religiosas, personales, turísticas, deportivas, etc. La razón, aquí, es lo de menos. Lo que tengo claro es que no hay ningún otro destino en el mundo, no hay ninguna otra actividad en ningún lugar que reúna los atractivos que tiene la ruta Jacobea.





Podemos combinar deporte o, más apropiadamente, actividad física, con el disfrute de unos paisajes rurales y urbanos únicos y sí, con la riqueza y variedad gastronómica de todas las tierras que esta milenaria ruta atraviesa.


Y es que no hay nada que alimente más el alma, que el goce del camino, acompañado de alimento espiritual y al final de cada etapa, llenar el depósito del cuerpo con las deliciosas viandas que estas tierras nos ofrecen.


El Camino no es siempre un paseo...


A lo largo de todos los episodios haremos una descripción de la ruta, de la etapa, de los lugares de interés turístico que nos podemos encontrar y de una serie de consejos o advertencias. Y, por supuesto, haremos una especial referencia a la gastronomía que encontraremos. Os recomendaremos platos y lugares para degustar, daremos información de los alojamientos disponibles y de muchas cosas más.

Pero esta no será una aséptica guía más, no señor, os relataremos en primera persona nuestras experiencias en cada uno de los lugares por donde este peregrino ha ido caminando, gozando o sufriendo, porque sí, también hay dolor. Como dice una de las más típicas camisetas que los peregrinos suelen portar a lo largo de la ruta: “No pain, no glory” .

Ya os adelanto que en principio las etapas se referirán al conocido como “Camino francés”, desde Roncesvalles hasta Santiago de Compostela y a cómo hacerlas a pie. No lo he hecho en bici, así que no puedo contar cómo vive el Camino un bicigrino.

Recomendaciones:

Época del año: Normalmente se extiende de marzo a octubre, que es más o menos la época de apertura de los albergues y la que dicta el sentido común, creo que todo el mundo puede comprender que no es apetecible caminar en invierno por un pasaje helado y desolado con muy pocas horas de luz.

En verano suele haber muchos más peregrinos, por pura lógica al coincidir con el período vacacional de la mayoría de la gente, pero lo cierto es que no es un buen momento para realizarlo, principalmente por la propia masificación (puede ser una tarea hercúlea conseguir alojamiento) y porque el clima puede ser muy duro. Atravesar las tierras de Castilla en el mes de Julio puede ser un infierno.


Por tanto, creo que los meses de mayo-junio y septiembre-octubre son los ideales para aventurarse.

Equipación: Bueno, pues aquí creo que hay una palabra clave: la mínima. Si vas a caminar durante muchos días con una mochila a la espalda, procura llevar el mínimo peso posible y cuando digo el mínimo, quiero decir que evites TODO lo superfluo, un kilo de más durante 25 kilómetros no es nada agradable.

Evidentemente, aquí hay que hacer una diferenciación entre los peregrinos que acudáis a un albergue o los que decidáis dormir en otro tipo de alojamientos. Los primeros deben llevar más equipo, pues es necesario portar un saco de dormir y una esterilla.

El calzado debe ser bueno, esto es fundamental, lleva unas buenas botas de trekking con una buena suela y absolutamente impermeables. No te recomiendo que tengan una caña muy alta, puede ser doloroso y no es necesario. Lleva, además, otro calzado que puedas utilizar al final de cada etapa para descansar los pies.

Ropa: Pues holgada, apropiada para el senderismo y teniendo en cuenta que la climatología puede ser muy variable, incluso dentro de la misma etapa puedes sufrir calor, frío, lluvia, viento… Si no vas en verano, deberás llevar un forro polar, algo impermeable (cortavientos, capa, etc…) varios pares de calcetines y el menor número de camisetas posible. Es importante también que lleves algo para cubrir la cabeza, tanto de la lluvia como del implacable sol.

Por lo demás, ten en cuenta que la ruta se realiza atravesando un montón de pueblos y ciudades importantes, por lo que avituallarte de cualquier cosa que necesites, no será un problema.

Y sin más, os emplazo a ir siguiendo nuestras publicaciones. Espero que os divierta y os anime a los que aún no estéis convencidos y eso que, os advierto, no todo lo que contaré será agradable.

¡Buen Camino!.




miércoles, 28 de septiembre de 2011

El final de la Tierra


Hoy os hablaré del final de la tierra, de cómo he caminado por bosques de eucaliptos y veredas de manzanos repletos de frutos.

Los bosques de Lugo tienen caminos anchos para que la historia se mueva libre a través de los castaños y las ruinas de los castros. A los lados, la historia ha levantado muros de musgo y al amanecer los rayos de sol chocan contra la niebla que provoca el rocío. El frío te cala los huesos, pero entonces empiezas a caminar y puede que al principio, en el silencio del bosque, aún pienses en lo que dejaste algún día antes: en tu trabajo, tus vecinos o tu hipoteca… pero no dura mucho. No pasa mucho tiempo antes de que lo único que escuches sean tus pasos, algunos pájaros o el sonido de las castañas al caer al suelo.






No todo es bosque, también hay pequeños pueblos donde los avispados lugareños sirven comida y bebida. Dónde por 4€ puedes comer un par de huevos fritos con chorizo y un vaso de vino que reponen el cuerpo después de 10 kilómetros caminando y aportan calor para seguir otros 15 más.

No mucha gente habla mientras camina y si lo hace el idioma es lo de menos, todo el mundo se entiende y, sobre todo, comparte lo que hace.

Aparecen ampollas, tendinitis, heridas… la cara se quema por el sol de los claros y el bosque cambia, aparecen eucaliptos y el clima se hace más suave según te acercas a Finisterre. Durante miles de años la gente ha recorrido los mismos caminos en un viaje hacia el final de la tierra (de puente a puente, de oca a oca), hacia la muerte espiritural y el renacimiento. Da igual quién lo hiciera: celtas o romanos iniciados en el culto de Isis, suevos atraídos por un rumor ancestral que les hizo recorrer media Europa o cristianos venidos por devoción.


Quizá seas un jubilado alemán o un turista gastronómico. Da igual, por allí, durante milenios, ha caminado el mismo espíritu.

Finalmente, en Finisterre, puedes observar algo grande. El lugar no es especialmente bonito, pero es casi único. La forma de la península permite que, asomado a la punta final de la tierra, puedas ver completo el ciclo solar. El sol saldrá por tu izquierda, sobre el mar, y recorrerá todo el arco hasta ponerse a tu derecha, de nuevo sobre el mar. Allí, con el sol y el viento curtiendo tu cara, muchos aprovechan para quemar ropas que les han acompañado durante el viaje en un acto simbólico de purificación.

Sin embargo, ya casi nadie sabe que la muerte no ocurría allí. Según la tradición, el cuerpo del Apostol, en una cristianización del mito de Osiris, había llegado en barca hasta Padrón, en la ría de Muros. Si Isis encontró la barca de su hermano-marido muerto, Osiris, encallada en una costa y pudo devolverlo a la vida, a una nueva vida, los peregrinos llegaban hasta Noia y morían para renacer en un nuevo yo. La muerte, claro está, no era real, pero sí simbólica y para ello grababan una lápida que depositaban al lado de una iglesia (Santa María la Nueva). Si te pasas por allí, te contarán que aquello era, y es, un cementerio, pero sólo es cierto desde hace unos cientos de años. Allí hay muchas lápidas apiladas, pero no hay muertos, porque contienen los nombres y la vida anterior de muchos peregrinos que después de "morir" renacieron y grabaron sus antiguos nombres y profesiones para ya nunca volver a ser los mismos.



Si peregrinas y ves el mar arder, si ves el rayo verde en el momento del solpor, ya nunca serás el mismo.