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lunes, 25 de junio de 2012

Camino de Santiago, etapa 4: Puente la Reina - Estella. ¡Y llegó el infierno!



Distancia: 22 Km.
Tiempo empleado: 8 horas
Incidencias: Lluvia, frío, viento y barro (¡¡en ingentes cantidades!!).
A tener en cuenta: Tráfico a la entrada de Estella, puede ser peligroso.


Ver Puente la Reina - Estella en un mapa más grande






Imagen obtenida de: http://caminodesantiago.consumer.es/etapa-de-puente-la-reina-a-estella-lizarra




Donde alojarse (enlaces a las webs):


La Bodega del Camino.
Albergue Marlotx.
Albergue de Villatuerta.
Hospital de peregrinos de Estella.
Hotel Tximista.


Dónde comer:


Hotel Tximista.








Nos costó salir de la cama. Cada día costaba más. La parte buena es que cada día dormíamos mejor.

El desayuno fue espectacular, café, zumo, tortitas, fruta, cereales, yogur. De verdad, de los que te ponen en marcha.

Y así lo hicimos.

Avanzamos por la Calle Mayor, el suelo es de piedra y a esas horas tan tempranas el repiqueteo de bastones y el sonido del despertar de los peregrinos es lo único que se oía. En las panaderías abiertas algunos aprovechaban para comprar pan o algún bollo y meterse las primeras calorías al cuerpo. También había quién, parsimoniosamente, caminaba con la cabeza erguida mirando las bellas casas de piedra y sus blasones.

Y allí, entre ellos, los sosos francesitos. No me habían hecho nada, de hecho ni me saludaban. Me caían mal. En el Caminote hermanas con mucha gente y supongo que aparecen otros a los que no soportas.

Es un pueblo realmente bonito, pero no tuvimos tiempo para disfrutarlo. No sé, quizá no sea esta la forma adecuada de hacer el Camino. Todo el mundo va con un viaje programado y unas etapas previstas, pero lo ideal sería precisamente no hacerlo así, lo lógico hubiera sido quedarse ese día en Puente la Reina para conocer el pueblo y disfrutar de un descanso de cuerpo y espíritu, ya que el día anterior no habíamos tenido tiempo ni ganas de hacer turismo.

Bueno, volvamos al relato.

Al final de la Calle Mayor se acaba el pueblo y con él, el famoso Puente de la Reina sobre el río Arga, al que habíamos seguido desde Zubiri y dónde nos hicimos unas fotos y paramos un ratito para disfrutar de su visión.











Seguimos adelante, el día pintaba mal, llovía, hacía aún más frío que el día anterior y si bien el perfil de la etapa parecía sencillo, me estaba temiendo otra jornada embarrada.

Aún no podía imaginarme hasta que punto.

Aún así, el inicio no fue muy malo y eso a pesar de que Pendiente de Diagnosticar no se encontraba bien, unas molestias estaban condicionando su marcha y yo estaba decidido a ponerle buena cara a aquella jornada.

Iniciamos camino por sendas rurales con barro y hermosas flores en la cuneta. Yo bromeaba acerca de las experiencias hasta el momento vividas y no fuimos mal hasta que aparecieron los primeros tramos embarrados.




No quiero ser pesado, pero de verdad que fue muy duro caminar en esas condiciones, subir trechos empinados mientras los pies se hunden hasta los tobillos. Teníamos que ir muy despacio para no caer, al levantar los pies, tenías que hacer un esfuerzo extra y al volver a apoyarlo, la masa que arrastrabas te hacía patinar y cada paso suponía un esfuerzo para no perder el equilibrio y caer.

Así, poco a poco fuimos caminando. Recuerdo un repecho muy, muy empinado. Yo decidí adelantarme, porque Pendiente de Diagnosticar subía más despacio y a mi ese ritmo me hacía daño. Recuerdo como decidí tirar con todas mis fuerzas hasta alcanzar la cima del repecho y como me pasaron un par de bicigrinos que iban, literalmente, con la lengua fuera. Llevaban detrás de ellos a otro par de compañeros que tuvieron, como si de un ciclocross se tratara, que echar pie a tierra.




En esas condiciones llegamos hasta Mañeru, momento en el cual empezó a diluviar. Aquello no era lo peor, lo que más nos preocupaba es que al horizonte, pero no muy lejos, se adivinaba una tormenta, se veían rayos y se oían truenos. La verdad, no había contado con la posibilidad de caminar bajo una tormenta.

Las fotos no hacen justicia a la jornada, hay que tener en cuenta que cuando más llovía y cuando nos era más difícil caminar, no hacíamos fotos.



Seguimos camino. Vamos en dirección a Cirauquiy aquí si que lo pasamos mal. El pueblo está en lo alto de una loma y el sendero… ya no existía, estaba literalmente inundado. En su lugar un río enlodado bajaba turbulento. Era imposible continuar por allí, por lo que tuvimos que caminar entre las cepas, donde la condición de la tierra suelta hacía que, de nuevo, volviésemos a hundirnos a cada paso.

No recuerdo cuanto tiempo tardamos en alcanzar el pueblo, pero se me hizo eterno.

Llegamos por fin a Cirauqui. A esas alturas de la jornada los peregrinos constituíamos una patética procesión de penitentes que sufría a cada paso.






El Camino atraviesa el pueblo por su parte más alta. En un bonito lugar, en el que se atraviesa bajo las casas en una especie de túnel, se había habilitado un espacio para sellar las credenciales. Un poco más adelante, una pequeña tienda se constituyó en el punto de reunión de variopintos y agotados peregrinos. Nos detuvimos a descansar, comer algo y tomarnos un café caliente.

En aquel momento aparecieron, como no, los portugueses, Yilmaz y la parejita francesa. Cuando estábamos hablando entre todos (menos los franceses, claro), apareció uno de esos personajes curiosos que pululan en el Camino. No supimos como se llamaba, a partir de entonces sería conocida como la Hormiga Atómica, se trataba de una ciudadana canadiense de cerca de sesenta años, alzaba apenas metro y medio y su mochila era más grande que ella. La mujer apareció desesperada buscando una cabina telefónica, pues tenía que llamar a su marido que estaba esperando en Montreal. Intentamos explicarla que en España quedan pocas cabinas, que debía buscar un locutorio o llamar por el móvil. Además, clamaba por el barro (ya se sabe, parece que los extranjeros no suelen asociar España con frío, lluvia y barro) y preguntaba si se podía alcanzar Estellapor carretera, abandonando el Camino.

Mucha gente, ese día, decidió caminar por carretera.

Quizá debimos hacerlo.

Una lugareña se apiadó de nosotros y nos comentó que al parecer el ayuntamiento no podía arreglar los accesos al pueblo por la aplicación de alguna normativa referida a mantener sin modificar el trazado del Camino de Santiago. Vamos, que en estos tiempos a Santo Domingo de la Calzada en lugar de hacerle santo, lo meterían en la cárcel por violar una estúpida ley autonómica al intentar mejorar las condiciones de los peregrinos. Menuda gilipollez, ósea, ¿qué no se pueden hacer mejoras en el Camino?, ¡cuanto daño ha hecho la moda del turismo rural de pijos urbanitas!. Yo me indigné, vamos no me jodas, ósea que no se puede arreglar el Camino para que las pasemos p**** y en un día como aquel la mitad de los peregrinos optase por seguir por la carretera con el peligro de los camiones, coches, etc...

Espero que no haya que lamentar algún accidente de peregrinos atropellados por algún camión para que alguna autoridad se de cuenta de la tontería que esta normativa supone.


En fin, continúo.

Como una broma del destino, el sol salió mientras descansábamos y aproveché para hacer alguna foto.

Continuamos en dirección a Lorca pisando por una antigua calzada romana. Un paisano que nos pasó como una exhalación nos dijo que el sendero mejoraba de allí en adelante y hasta Estella.

Era mentira.

En fin, por no extenderme mucho comentaré que volvió a llover, que el barro no desapareció y la tormenta cada vez estaba más cerca y nosotros más expuestos.

Estaba muy preocupado.

Más adelante decidimos parar un momento en un lugar en el que el Camino cruza la carretera que va en dirección a Estella, allí, descansando en la cuneta meditábamos acerca de la posibilidad de dejar el sendero y continuar por la carretera, como efectivamente ya estaban haciendo muchos peregrinos. Evidentemente, continuar por la carretera significaba abandonar el barro y, quizá, estar menos expuesto a la tormenta, pero por otro lado, con la poca visibilidad que había y el vendaval que se estaba montando, no iba a ser nada agradable caminar en fila india por una carretera que no dispone casi de arcén y con los camiones  afeitándote.

Con la sensación de haber tomado la decisión equivocada, decidimos continuar por el Camino. Justo en aquel momento se incorporó a nuestra posición un peculiar caminante. Dijo ser bombero de profesión. Vivía en San Sebastián y tras acumular vacaciones y días libres, se había aventurado en el Camino, eso sí, con la idea de hacerlo hasta Finisterre y ¡hacer también la vuelta!.

Recuerdo que pensé: ya nos ha tocado el machaca flipado del Camino, ¡si es que tengo un imán!. Bueno, al final no fue tan malo, nos contó que el muy animal, el segundo día (había comenzado en Francia) se hizo del tirón Roncesvalles-Pamplona y por ello le dolía un poco el pie. Madre mía, más de 40 kilómetros de barro. Hay que estar loco.

Y loco es lo que me pareció cuando llegamos a un puente de medieval de piedra ante el que echó una rodilla en tierra y extendiendo sus brazos que sujetaban los bastones, inclinó la cabeza y empezó a rezar. Eso si que no lo habían visto nunca, además, mi guía del camino no me advertía de bomberos flipados. Bueno, no quiero que parezca que me meto con él, todo lo contrario, fue amable y sonriente, nos acompañó en el repecho que asciende hacia Lorca y allí, justo al alcanzar el pueblo nos dejó, pues parecíamos retrasar su marcha.

¡Buen Camino, bombero!.

Tuvimos un rato de paz y de sol y así, a los pies de un muro de piedra nos propusimos descansar un ratito y comer algo.

Continuamos poco después. Volvieron el frío y la lluvia y aún quedaba mucho para llegar a Estella.


La entrada en Estella es espantosa, o al menos yo lo recuerdo como un infierno. Me dolía la rodilla y al acercarnos a un parquecillo en el que había que descender varios escalones, me hacía bastante daño. Lo cierto es que me alegré bastante de acercarme al final de la etapa. O eso creía, porque aún tuvimos que caminar durante bastante rato. Al principio por una carretera que sigue el curso del río para finalmente cruzarlo por un puente de piedra y alcanzar el Albergue de peregrinos.

Nos íbamos a alojar en el Tximista, un hotel realmente coqueto que se había inaugurado recientemente y que ocupaba las instalaciones de una antigua fábrica de harina. Yo no sabía dónde estaba exactamente el hotel y sí, estaba a tomar por saco, bastante lejos del Camino. Yo iba con dolores en la rodilla y Pendiente de Diagnosticar bastante afectada, por lo que no pudimos disfrutar en absoluto de los rincones de la ciudad. Había dejado de llover, pero estábamos tan cansados que sólo queríamos llegar al hotel y descansar un rato por lo que apresuramos el paso en la Calle Mayor y ni siquiera nos paramos un momento para apreciar la Plaza Mayor.



Llegamos al hotel, de nuevo fuimos dejando un rastro de barro. Como quiera que éramos unos peregrinos de lujo (os recuerdo que en estas primeras etapas estábamos de luna de miel), dejamos ropa en la lavandería del hotel para tenerla limpia al día siguiente.

Subimos a la habitación, era maravillosa, blanca, cómoda, relajante. Hicimos la colada de la ropa que llevábamos puesta quitando el barro bajo la ducha, descansamos un rato y después de haber escrito un poco en el diario, bajamos a disfrutar de las instalaciones del hotel, ósea, a zampar. Tuvimos suerte, pues el menú de la noche era realmente bueno.

Estábamos agotados, no salimos del hotel, no paseamos por la ciudad, sólo queríamos descansar todo lo posible y rezar para que al día siguiente, que parecía de un perfil mucho más suave, al menos no tuviéramos la pesadilla de la lluvia y el barro como infatigables compañeros de ruta.

Efectivamente, no tuvimos apenas barro, pero fue un día desgraciado, muy triste.



domingo, 20 de mayo de 2012

Camino de Santiago, etapa 3, Pamplona - Puente la Reina: Comienza el infierno


Distancia: 24 km.
Tiempo empleado: 9 horas.
Incidencias: Lluvia, barro.
A tener en cuenta: El ascenso al Alto del Perdón puede ser duro y su descenso peligroso.




Ver Pamplona - Puente la Reina en un mapa más grande


Donde alojarse (enlaces a las webs):

Albergue - hostal Camino del perdón (Uterga).
Albergue - hotel Jakue.
Hotel Bidean.

Donde comer:

Albergue - hostal Camino del perdón (Uterga).
Hotel Jakue.
Hotel Bidean



La mañana no pintaba bien, nada más salir de la cama me asomé a la ventana y allí estaba esperándonos la penitencia. El cielo estaba encapotado, el suelo encharcado, el aire empapado.

Bueno, hay que estar a todo en el Camino. Hay días de calor, de frío y sí, de lluvia y barro. Lo que pasaba es que ya habíamos probado el barro el primer día y no nos había gustado.

Lo primero era salir de Pamplona y esa obviedad no resultó tan fácil. Se supone que estábamos al lado del trazado urbano del Camino, pero lo cierto es que no había manera de encontrarlo. Llovía, la gente intentaba no estar en la calle, la capucha no te deja ver bien, cada minuto que pasaba era un minuto perdido y un esfuerzo extra mal dirigido. Desafortunadamente tardamos un montón en poder Salir de Pamplona, nos equivocamos varias veces y para cuando nos encontramos por el buen sendero, hacía casi una hora que habíamos salido del hostal.

La salida de Pamplona si que es agradable, pues se abandona la capital pasando por una zona que contiene el hospital, la Universidad y unos agradables jardines. Enseguida, la senda enfila la población de Cizur menor, y digo enfila porque el trayecto es recto y cuesta arriba y la pendiente es bastante acusada.

Al final de la cuesta y ya en Cizur, hicimos la primera parada y meditamos acerca de lo que se aproximaba. Hasta ese momento sólo habíamos pisado asfalto, lo cual en un día de lluvia, yo agradecía. Al fondo, se delimitaba perfectamente la silueta del Alto del Perdón, con los aerogeneradores sembrados en su superficie. Es una mala visión, engaña, parece que está mucho más cerca, pero se tarda mucho en llegar.

Bueno, volvimos a caminar, durante unos kilómetros se atraviesan urbanizaciones de clase media con chalets adosados, pistas forestales de fácil tránsito que compartes con deportistas entrenándose, jubilados paseando o adolescentes sacando al perro a pasear.

Pero todo acaba y llega un momento en que el sendero se empina, se embarra, te dice que vas a empezar a pagar tu penitencia y que el día no será fácil de olvidar.

Antes de llegar a Zariquiegui, vimos delante de nosotros la figura de una especie de ballenato ondulante que cimbreaba su enorme cintura a cada paso. Pensamos que aquel tío no llegaría muy lejos. Yo casi aposté a que no acababa el día, pues parecía que fuera a infartarse a cada paso que daba.

De nuevo, ¡qué equivocado estaba!.

Unos metros más adelante, en una pequeña zona de descanso en un alto despejado, en un momento en que parecía que dejaba de llover y en un lugar en el que en verano debe hacer un calor horrible, alcanzamos al ballenato y nos paramos todos a descansar.

Nuestro grandón no era otro que el veterano portugués y allí estaban sus compañeros de viaje ya conocidos, el tío que vimos el primer día con su enorme mochila y la cámara de fotos y una pareja de franceses cuasiadolescentes. Al detenernos nos pusimos a hablar con ellos, el portugués parecía dirigir el diálogo y establecimos una amigable conversación bajo la lluvia. Lo cierto es que cuando haces el Camino te apetece encontrar gente con la que hablar, no como presupuesto de partida, al menos no en nuestro caso, sino como realidad que descubres. Las etapas son largas y te gusta encontrar a alguien con quién compartir un poco de tu tiempo y experiencias. Aquel tío era histriónico, dijo llamarse Joaquim, daba grandes voces y gesticulaba con su corpachón pareciendo agitar el aire y todo a su alrededor con su enorme presencia. Resultó que sus acompañantes eran brasileños, un chaval joven llamado Vinicius, que se había venido casi con lo puesto a hacer el Camino de Santiago sin tener mucha idea de lo que iba a encontrarse y por eso viajaba con zapatillas de deporte y pantalones vaqueros. Una chica que se llamaba Luciana y parecía mucho más acostumbrada a manejarse en el campo. Nos contó que había estado trabajando en una fábrica de patatas fritas de Lays en medio de la selva del Amazonasy cuando la despidieron se echó la mochila a la espalda y con la indemnización se vino a España. El hombre-mochila resultó ser un turco residente en Alemania, se llamaba Yilmaz y dijo ser de Esmirna.

Nosotros, por nuestra parte, aclaramos que estábamos haciendo el Camino como viaje de novios, momento en que Joaquim comenzó a dar gritos y a felicitarnos efusivamente.

La pareja francesa nos miraba francamente asustada ante el ímpetu del portugués y las risas de todos los presentes. Eran unos sosos.

Estuvimos un rato intercambiando impresiones, también compartimos algo de la fruta que llevábamos, con todos menos con los franceses, que eran muy, muy sosos… y cursis, sí, también eran unos cursis, sobre todo ella, ahí, toda limpita e inmaculada bajo la lluvia como una colegiala de una peli francesa de los años sesenta.

¡Es que me enfilo!.

Después, continuamos nuestro camino ascendente hacia el Alto del Perdón, arreciaba la lluvia y las gotas retumbaban en los oídos mientras se estrellaban contra el tejido impermeable de la capucha.

Los aerogeneradores delimitan la línea del Alto del Perdón


Atravesamos la localidad de Zariquiegui sin detenernos ni un momento y comenzamos la ascensión final. Parecía que no llegábamos nunca.

No se trata de una ascensión dura por la pendiente, de hecho nos pareció bastante más fácil de lo que nos habían dicho, pero aquel día, entre el viento, la lluvia, el barro se nos estaba haciendo realmente complicado. Supongo que en pleno verano, en un día de calor, también debe ser duro.

En un momento dado, ya muy cerca del final, resbalé y literalmente caí de culo sobre el barro y unas zarzas en las que apoyé mi mano. Cada vez me parecía más a un peregrino de verdad, ya tenía mis propias heridas. Lo peor fue la sensación de ridículo, ya que a muy pocos metros transitaban las alemanas biónicas que nos adelantaron mientras hacía recuento de daños.
Se apoximan las "alemanas biónicas"

Un pequeño esfuerzo y alcanzamos la cumbre. La niebla lo cubría todo, hasta tal punto que allí mismo, al pie de los aerogeneradores, no veíamos sus palas y las adivinábamos por el ruido que hacían al girar. Hacía mucho viento y llovía. La mayoría de la gente paraba el tiempo imprescindible para descansar un momento, comer algo y hacer una foto a un curioso monumento al peregrino que se perfila contra el horizonte. Pero era muy desagradable estar allí, había que buscar refugio.

Por supuesto, mientras descansamos un momento, aparecieron nuestros maduros germanófonos, nos saludaron y continuaron pendiente abajo. También vimos como por el camino se aproximaban, los sosos franceses y la banda de portugueses-brasileños con el turco.


¡Conseguido!


Decidimos continuar camino abajo. La guía que estábamos utilizando nos decía que el descenso era muy empinado y bastante peligroso. Bueno, pues empezamos con calma. A veces, cuando te avisan de lo difícil que es un tramo y te lo ponen como casi infernal, creo que te predispones de tal forma que luego lo afrontas como un paso. La verdad es que las condiciones no eran ni mucho menos las mejores, con la lluvia, el barro, piedras sueltas y la pendiente. Aún así se me hizo corto y hasta agradable.

Al final del descenso llegamos a la localidad de Uterga, cuando, además, decidió salir el sol para saludar el final del pequeño infierno que acabábamos de pasar.

Decidimos sentarnos en un banco y comer algo de lo que llevábamos en la mochila, algo de fruta y una barrita energética. Además, allí mismo, alguien había colocado una máquina expendedora de refrescos, sacamos un par de botellas de agua de medio litro y a comer, beber y recuperar fuerzas mientras delante de nosotros iban pasando peregrinos en un constante goteo de almas embarradas.

Se estaba haciendo tarde y no tenía pinta de que llegásemos en buen momento a Puente la Reina, lo que me daba mucha rabia, pues me parecía un pueblo muy interesante para visitar con calma.

A la salida de Uterga encontramos un albergue muy bonito y agradable, dónde muchos peregrinos habían parado a comer.

Decidimos no esperar más y comer algo más serio antes de continuar camino. Entramos en el albergue y en el bar pedí un par de bocadillos, una coca cola y una cerveza. Sentados en la barra comenzamos a hablar y en ese momento la camarera dio un respingo y nos miró curiosa.

- ¡Sois españoles!.
- Hmmm… claro.
- Joder, perdonad, pero es que sois los primeros españoles del día y como tú (dijo mirando a Pendiente de Diagnosticar) eres pelirroja, pues no pensé que fueras española.

Estuvimos un rato hablando con ella mientras nos terminábamos el bocadillo. Al salir, vimos como muchos de nuestros compañeros habían decidido no seguir más por ese día, incluidos nuestros veteranos germánicos, que después de hacerse con una habitación, reposaban en la terraza al tímido sol que lucía en aquel momento.

Bueno, pues con energías renovadas y con bastante camino aún por delante, continuamos en dirección a Muruzabal. Al principio el sendero es cómodo y al poco gira a la izquierda en un descenso y luego vuelve a girar a la derecha volviendo a ascender, parecía que el perfil iba a ser un rompepiernas.

No sé qué distancia llevábamos recorrida cuando nos dimos cuenta de que ¡se nos había olvidado los bastones!, ¿dónde?. No recordaba haberlo llevado en el albergue, por tanto debíamos haberlo dejado en la entrada de Uterga, cuando nos sentamos en el banco.

Decidí volver a por ellos, por lo que medio corriendo medio andando deshice el camino hasta allí, donde efectivamente se encontraban nuestros bastónes. Me dio mucha rabia, no estaba el día para hacer esfuerzos extra, y acababa de sumar un par de kilómetros a mi jornada para recuperarlos.

Volvimos a caminar.

Llegando a Muruzabal el sendero se vuelve estrecho y aquel día, embarrado. Cuando el barro es la superficie que pisas, a veces intentas evitarlo caminando sobre las hierbas de las cunetas, pero no siempre es buena idea, pues a veces está más encharcado.

El día se estaba haciendo especialmente incómodo, la etapa parecía no tener fin. Yo intentaba animarme pensando en el hotel al que llegaríamos en Puente la Reina, que creía de los más bonitos que había elegido y con un buen restaurante. Todo esto era bastante penoso, porque lo cierto es que el paisaje en ese tramo final era muy bonito y digno de ser disfrutado de otro modo.

Se veía un terreno de suaves colinas, verdes de labranza y tierra roja. En la cima de algunas lomas, pequeñas y antiguas poblaciones de piedra, de la misma piedra de la montaña, vigilaban para que nadie olvidase su pasado.

A nuestra espalda, el Alto del Perdónnos recordaba lo que ya habíamos pasado y un cielo negro y amenazante, quizá, nos advertía de lo que encontraríamos al día siguiente.

Entramos en Muruzabal, un alivio, pues el asfalto de sus calles nos permitió eliminar barro de nuestras suelas mientras los destartalados secuaces sajones de Marknos adelantaban y nosotros, a su vez, adelantábamos a los portugueses, que se estaban entreteniendo hablando con un viejo peregrino que… ¡volvía de Compostela! Y según decía, le habían robado una tienda de campaña. No supe si creerle, lo cierto es que no parecía un hombre ni sano ni cabal.

Por fin el sendero estaba seco y nos dirigía hacía Obanos, localidad dónde se juntan los caminos Francés y Aragonés, las dos rutas más utilizadas ahora mismo, aunque en su origen el Camino fuera el ahora llamado de la Costa.

En Obanos se juntan el camino francés y el aragonés.

Al frente adivinaba la presencia de la parejita de los sosos gabachos y a nuestra espalda la figura de las alemanas biónicas. Debían haber parado mucho tiempo, pues su ritmo siempre era superior al nuestro, nos habían adelantado en el ascenso al Perdón y aún así iban detrás.

La entrada a Obanos se realiza por un repecho empinado. Al final del cual se disfruta de un hermoso pueblo de piedra. Allí nos detuvimos un momento para hacer unas fotos y a disfrutar de la sensación de que quedaba ya muy poco para finalizar la etapa y el sol calentaba tímidamente los cuerpos cansados. Nos alcanzaron las alemanas y nos hicimos unas fotos, se quedaron a tomar algo y nosotros continuamos hacia Puente la Reina. Las bautizamos como Frida y Helga.

El pueblo es conocido por el Misterio de Obanos [1], se representa cada dos años y me cuentan que merece la pena verlo.

Ya faltaba poco, se sale del pueblo por otro repecho, esta vez en descenso y que enlaza con una carretera que enfila hacia Puente la Reina. Así, por el arcén, es como alcanzamos ya el final de la etapa. Había sido un día duro y sobre todo, muy largo.

Sellamos nuestras credenciales en el albergue de peregrinos y nos adentramos en el casco antiguo del pueblo, que es verdaderamente bonito. Llegamos hasta nuestro destino, el hotel Bidean, un lugar realmente agradable. Allí pedimos la llave de nuestra habitación y una fregona porque estábamos dejando todo lleno de barro.

Una vez en la habitación, nos quitamos la ropa y los pantalones fueron, tal cual, a la ducha. Un intenso chorro de agua y a frotar para quitar el barro del día.

De las botas mejor no hablar.

Nos duchamos, reposamos y nos dispusimos a bajar a cenar. Me dio mucha rabia lo mal que se nos había dado el día, porque habíamos llegado un par de horas más tarde de lo previsto y con tanto barro, también perdimos tiempo en la colada, por lo que no había ni ánimos, ni tiempo, ni fuerzas para recorrer el pueblo, que es algo fundamental en el Camino.

Bajamos a cenar a eso de las 21:00. Aquí continúa el fervor navarro por los horarios tan tempranos, creo recordar que dejaban de dar cenas a las 21:30.

El comedor era espectacular, cenamos muy bien y barato en un ambiente muy agradable. A nuestro lado, otro ciudadano de habla alemana bebía cerveza mientras anotaba algo en un diario y consultaba nuestra misma guía, sólo que en Alemán. Yo sostenía que era el mismo tipo que se despachaba el pacharán en el bar de Roncesvalles, pero según Pendiente de Diagnosticar era otro. En cualquier caso no lo había visto durante el día y no tenía aspecto de haber caminado mucho más allá de la distancia que hay entre su habitación y la siguiente cerveza.

Comedor del hotel Bidean


Después de cenar nos dimos un paseo, pero la noche era muy desagradable, hacía mucho frío y estaba muy húmedo, así que muy pronto fuimos de vuelta al hotel. En el camino nos encontramos con los portugueses, estaban hechos polvo, para ellos también había sido un día muy duro, parecían agotados y el joven brasileño estaba aterido. Le habían prestado una gabardina en el albergue con la que intentaba entrar en calor. No estaba nada equipado, más bien parecía que se había venido a pasar unos días de vacaciones en la costa. Quedamos en que les invitaríamos a un vino en Estella al día siguiente. Nos retiramos pronto a dormir, el día siguiente, si bien la etapa no parecía, a priori, muy dura, me daba mala espina.



[1] Se trata de una representación teatral al aire libre, en la que participan casi todos los habitantes del pueblo, de una famosa leyenda del Camino de Santiago (www.misteriodeobanos.es).

sábado, 14 de abril de 2012

Camino de Santiago, etapa 2: Zubiri - Pamplona: La gran ciudad



Distancia: 21 Km.
Tiempo empleado: 6 horas y media.
Incidencias: Calor.
A tener en cuenta: Los tramos por carretera pueden ser peligrosos, hay que tener cuidado. La entrada a Pamplona se hace muy pesada.



Ver Zubiri - Pamplona en un mapa más grande

Perfil de la etapa:

Donde alojarse (enlaces a las webs):

Albergue de Trinidad de Arre.
Albergue de Jesús y María.

Donde comer: Sin problemas, en Pamplona hay decenas de lugares maravillosos para comer.

 




Por fin pude dormir como un auténtico ceporro. Me desperté con la agradable y añorada sensación de haber tenido un sueño reparador. Había dormido profundamente y mi cuerpo parecía descansado.


Salimos rápidamente de la cama, estábamos ansiosos por comenzar otra etapa, estaba amaneciendo y parecía que íbamos a tener suerte y el sol de nuestro lado.

Desayunamos café, pan con mantequilla y mermelada y nos dispusimos a afrontar nuestra segunda jornada.

La etapa se presentaba más sencilla que la del día anterior, pues el terreno era más llano, además hacía menos frío. Comenzamos a caminar por la carretera que atraviesa el pueblo hasta llegar a la altura del albergue de peregrinos, que tenía el aspecto de que ya no quedaba ninguno por allí. Continuamos y mientras cruzábamos el Puente de la Rabiapara volver a incorporarnos a la senda del Camino, pensé que entre los que ya se habían ido y los que el día anterior habían continuado hasta Larrasoaña íbamos a caminar sin compañía, pero justo en ese momento giré mi cabeza y descubrí a nuestros veteranos alemanes detrás de nosotros ¡íbamos a tener que hacernos amiguitos!.

El Camino cruza un riachuelo y continúa en dirección a Larrasoaña, atraviesa los terrenos de una fábrica de magnetitas y enseguida discurre en paralelo al río Arga y no lo abandona hasta Villaba.

Atraviesa caseríos y pequeñas poblaciones que parecen representar una vida mejor, más sencilla. Parecía que íbamos a tener un día cómodo, al menos, más que el anterior.

Es esta zona de Navarra, propia del Camino, junto a otras en Aragón y País Vasco, lugar de una de las mayores vergüenzas históricas de marginación y política de castas, pues aquí vivieron y sufrieron los Agotes. Que eran una suerte de casta de impuros que durante siglos fueron marginados de la vida diaria de sus convecinos. No podían ser propietarios de la tierra, en las iglesias tenían espacios reservados propios, estaban obligados a vestir de una forma determinada y anunciar su presencia haciendo ruido. ¿Leprosos?, ¿visigodos marginados?, ¿delincuentes franceses?, ¿albigenses huidos de la cruzada cátara?, hay muchas teorías para explicar su presencia y marginación social. En cualquier caso su existencia está ligada a las localidades del Camino.

Me llama la atención que las crónicas cuentan que tuvieron que llevar a modo distintivo un pie de oca cosido a sus ropas. Es muy curioso, pues es un símbolo de iniciados, en opinión de algunos, un antecedente de la concha de vieiraasociada al peregrino jacobeo, un símbolo de maestros constructores. En este caso no canteros, pues tenían prohibido trabajar la piedra, aunque parece que trabajaron como carpinteros para otros maestros constructores, como los Templarios y aunque no soy partidario de esta moda de adjudicar a los monjes del Temple el papel protagonista en todos los hechos posibles e imposibles de su época, lo cierto es que su presencia en el Camino y, concretamente, en estas tierras navarras, es incuestionable.


De nuevo me encuentro con ocas, herejes, iniciados y la sensación de que me faltan tres vidas para poder comprender la relación entre todos ellos.

No será la última vez que veamos a la oca como símbolo en el Camino. Pero volvamos a la ruta.




En un continuo pero no desagradable, sube y baja, atravesamos Illaratz y  Ezkirotz y así alcanzamos un desvío que conduce a Larrasoaña. Menos mal que el día anterior no llegamos hasta aquí, pues creo que hubiera llegado realmente mal.

Hace un día espléndido, ya hemos alcanzado a unos cuantos peregrinos y nos hemos cruzado con una excursión de jubilados que nos saludan y desean buen Camino. Continuamos pegados al curso del río Argapor veredas húmedas y oscuras. Lleva mucha agua, los lugareños nos han dicho que en las últimas fechas ha llovido mucho. Estoy seguro, llevo dos días pisando barro.

De vez en cuando, en lo alto de alguna loma, el sendero aflora en algún claro bañado por el sol, dónde vacas o caballos saludan al caminante que siente crepitar la gravilla bajo sus pies.



Después, un empinado sendero nos conduce hasta Akerreta, aquí nos encontramos por primera vez con “bicigrinos”, llamaremos así a los peregrinos que realizan el viaje en bicicleta. Creo que es un modo ideal de hacer el Camino si no dispones de muchos días, pues como mucho supongo que emplearás la mitad de tiempo, pero por otra parte, creo que los peregrinos con ruedas se pierden bastantes cosas, más que nada porque, al menos los que nos cruzamos, van demasiado rápido, quemando etapas. Además, en muchas ocasiones no pueden ir por los mismos lugares y utilizan la carretera, lo cual les impide disfrutar del mismo modo de la naturaleza, los paisajes, los pueblos y la gente.


Hicimos un alto para descansar en el pequeño pueblo, apoyamos la espalda en la puerta de una iglesia, bebimos agua y relajados nos comimos una barrita energética. Comenzaba a hacer calor y yo comencé a disfrutar del silencio, mi mente iba liberándose y yo me transformaba en peregrino.

Pendiente de Diagnosticarno se encontraba muy fina y tenía agujetas en los gemelos. A mí me costó mucho entrar en calor, sentía mis piernas “bloqueadas”, pesadas, mis músculos estaban agarrotados. Es algo que me pasaría el resto de los días y también en el tramo gallego. Es como si mis músculos necesitasen tomar temperatura antes de alcanzar su nivel de rendimiento óptimo. En lugar de hacer caso a mi cuerpo y mis sensaciones, cuando así me sentía, en lugar de dejarme llevar y poco a poco ir calentando, forzaba el paso e intentaba acelerar el proceso. Creo que pagué las consecuencias.

Volvimos a caminar y llegamos a Zuriain, atravesamos el río y alcanzamos la N135. Durante un trecho hay que caminar por la propia carretera, o seguir, a la izquierda de la misma, una senda que los caminantes que no quieren pisar asfalto han ido realizando.


Así, con el sol en lo alto del cielo y la tierra a nuestros pies seguimos avanzando animosamente, pues la etapa parecía fácil y gozosa. Atravesamos pueblos como Irotz, o Zabaldika. Aquí, el Camino vuelve a cruzar la N135 un área de descanso. Aprovechamos y paramos un poco, básicamente porque a continuación hay un repecho corto pero empinado y había que afrontarlo con fuerzas. Así lo hicimos, al final no fue para tanto, pero mientras daba un paso detrás de otro no hacía sino agradecer estar allí en aquella época del año, pues en verano debe ser un momento duro subir ese repecho con el sol en alto.

Cada vez hacía más calor, nos quitamos los forros polares que realmente ya molestaban y agradecíamos las sombras que encontrábamos. El sendero se estrechó bastante y las veredas estaban repletas de flores y de incomodísimos insectos que zumbaban pesadamente. Ya era mediodía y como ya pasara el día anterior, fue el momento que aprovecharon los extranjeros para pararse a comer, ¡bárbaros!, allí conocimos a dos chicas con las que compartiríamos el resto de jornadas, también hablaban alemán. Utilizaban un equipo impresionante y tenían aspecto de saber usarlo, parecían expertas caminantes. También vimos a un par de veteranas francesas que se detuvieron a saborear unas apetecibles fresas. ¡Qué jodías!, como se montaban el picnic.


A partir de este momento comenzamos a apreciar la cercanía de Pamplona, pues a cada paso el entorno se iba urbanizando, pasamos por debajo de una carretera, vimos casas modernas en el horizonte y así continuamos hasta que cruzamos el río Argapara entrar en Villaba. El puente es precioso y el momento fue ideal. La imagen con el día brillante, el río descendiendo impetuoso y la arquitectura del Monasterio que hay al otro lado y que es actualmente albergue de peregrinos, proyectaba una sensación de paz muy agradable.




Atravesamos Villaba por una agradable calle peatonal y enseguida llegamos a Burlada. Lo peor del Camino es el tránsito por las grandes ciudades, sí, son puntos importantes y atractivos, pero muy incómodos. Realmente las ciudades modernas no están diseñadas para caminantes con mochilas y bastones.

Llegamos a un invernadero, a partir de entonces el Caminodiscurre por un cómodo sendero, pero la entrada en Pamplona no es agradable. Las entradas a las ciudades son muy incómodas, no es el caso de la capital Navarrael peor, pero si tiene sus inconveniencias, concretamente, antes de llegar al casco antiguo de la ciudad, hay que caminar pegados a un muro de piedra en una calle dónde los coches pasan a tu lado. Demasiado cerca para mi gusto. Además, es curioso, sólo dos días caminando y ya había desarrollado una fobia a los coches y carreteras.


En ese punto compartíamos camino con Mark knopfler y otros paisanos suyos, no sabría decir su nacionalidad, sólo que hablaban inglés. En ese momento me di cuenta de la diversidad de horarios que utilizan los peregrinos, al menos en esa época del año. Los españoles parecían ser, con mucho, los más madrugadores, a continuación franceses, portugueses y alemanes. Finalmente, los sajones parecían ser los que con más tranquilidad se tomaban el Camino. Supongo que tiene que ver con la distancia que planees recorrer, pero, sobre todo, se desarrolla una especie de carrera hacia el albergue, de modo que cuanto antes llegues, antes puedes lavarte, acondicionar ropa comer y descansar. Pero es que, además, tiene mucho que ver con las distintas costumbres. Lo españoles suelen programar la etapa de modo que puedan terminarla a la hora de comer, española, se entiende. Es decir, se levantan a la hora necesaria para según sus cálculos haber concluido la etapa antes de, digamos, las tres de la tarde, pero claro, esa no es la hora de comer de un alemán, que le da igual salir un poco más tarde porque piensa comer a mediodía y luego no va a realizar otra gran comida hasta la cena, por lo que le da igual llegar a las cinco de la tarde, siempre y cuando haya sitio en el albergue, claro.


Entramos en Pamplona por el Puente de la Magdalena que, a su vez, da acceso al parque de la Tejera, al pie de las murallas. Tras atravesar el parque, cruzamos por el Arco de los Franceses o de Zumalacárregui.

Habíamos estado en la misma ciudad sólo dos días antes, aunque en circunstancias bien diferentes, el cuerpo ya no sentía lo mismo. Lo primero era encontrar el hostal dónde teníamos la reserva y rápidamente, porque se nos echaba el tiempo encima, encontrar un lugar dónde comer.


Una de las prioridades que particularmente me había autoimpuesto, era comer en cada ocasión algún producto de la tierra. La gastronomía del Camino de Santiago es sencillamente magnífica y después de una etapa hay que recuperar fuerzas, por tanto era importante encontrar algún lugar donde darse un homenaje.


Preguntando por la dirección del hostal, dimos con un amable ciudadano que decidió acompañarnos  mientras se iba a encargar de contarnos la historia de los rincones por los que pasaríamos. ¡No me lo podía creer!, ¡qué tío más plasta!. Que me perdonen los pamplonicas, pero no era el momento, estábamos cansados, teníamos prisa por llegar a comer algo decente en algún lugar y allí estaba el plasta de los cojones aquel contándonos no recuerdo que historia de cada edificio y de cada árbol.

Finalmente, gracias a las indicaciones del cargante ciudadano dimos con el Hostal Navarra. No se parecía a lo que vimos en Internet, pero bueno, al menos estaba bien comunicado, limpio, la habitación era amplia y tenía tele. No necesitábamos más, lo cierto es que en Pamplona tuvimos que renunciar a un mejor alojamiento, porque es una ciudad increíblemente cara, con toda seguridad la población más cara en todo el Camino.

Nos cambiamos, duchamos y salimos escopetados a zamparnos cualquier cosa que se ajustase a una dieta navarrica. Pero claro, lo primero es lo primero, por lo que repetimos pintxo en El Gaucho, esta vez uno de foie y otro de crema de calabacín y cabracho. Se hacía tarde, por lo que fuimos a la calle San Nicolás y empezamos a recorrerla, era poco más de las tres de la tarde, una hora normal para comer en Madrid, pero no allí, en los tres primeros sitios que preguntamos nos dijeron que era tarde. Finalmente conseguimos un menú en un sitio llamado el Minotauro. Un lugar que parece un bar de copas, pero en el que disfrutamos de un sabroso y contundente menú a base de ensalada, pimientos, alcachofas, chuletón con patatas fritas y cuajada. Todo ello regado con un rosado de la tierra.


Aprovechamos la tarde para pasear por la ciudad, sellamos nuestra credencial en el Albergue, nos hicimos con algún recuerdo para familiares y amigos y compramos algo de fruta. La idea era quedarnos por la noche en el hostal, nos cenaríamos algo de fruta mientras veíamos la tele y nos preparábamos para dormir, la etapa del día siguiente iba a ser muy dura.


Aunque aún no sabíamos cuanto.