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jueves, 8 de agosto de 2013

En Babia


Coto de setasAlgunos soñamos con encontrar un lugar en el mundo en el que nuestro espíritu se encuentre en paz. Un lugar en el que, el tiempo que pasemos, sea de la mayor calidad. 

Puede ser una ciudad, puede ser, esto es algo ideal, nuestra casa o puede ser un pequeño pueblo en algún remoto paraje.

La mayoría de la gente que busca un lugar así, jamás lo encuentra.

Nosotros lo hemos encontrado.





Hemos encontrado un lugar en el que la naturaleza está a la puerta, en el que el paisaje y el clima han forjado el carácter amistoso, orgulloso y pausado de la gente que allí habita. Un lugar en el que, simplemente, somos muy, muy felices.

Embalse de los barrios de Luna
El embalse de los Barrios de Luna

Sí, alguno ya lo sabéis. Nuestro sitio, al que esperamos volver cada vez que podamos y en el que, idealmente, me gustaría vivir, se llama Babia y es real. Es más, diré que me gustaría vivir en San Emiliano de Babia y levantarme cada mañana y mirar a la cumbre de Peña Ubiña ver a los potrillos en los pastos que lindan con las casas y criar mastines leoneses.

En el camino hacia Pinos desde San Emiliano

Sí, lo sé, el invierno en Babia es duro. Hace frío, pero sus habitantes saben contrarrestarlo con sus viandas y cuando el tiempo mejora puedes subir a disfrutar del espectáculo de los lagos de Saliencia, ya en Asturias, aunque aquí, aunque haya grandes montañas, los límites fronterizos parecen difuminarse y si bien las gentes de la comarca bromean con sus vecinos asturianos diciendo que cruzan la montaña para secarse los huesos, lo cierto es que es mucho lo que les une, para empezar una historia y una forma de vida milenaria.

Lagos de Saliencia

Ya os hablamos de este lugar, pero es que hemos repetido. Fuimos en el mes de mayo y padecimos una nevada espectacular y volvimos en julio y volveremos en otoño y cada vez que podamos.

Y si alguna vez dejo de escribir durante mucho tiempo no os alarméis, seguramente esté en San Emiliano disfrutando de sus gentes, de su paisaje, de su comida y sí, también de su clima.

Asturias: Somiedo desde el límite con Babia, León.
Asturias: Somiedo desde el límite con Babia, León.

Y puede que me ocurra como esta última vez y comparta mi tiempo de estancia con unos estudiantes de Geología noruegos que vienen a estudiar las rocas y las importantes formaciones de la región y luego disfrutan de una caldereta de cordero en la Casona de Babia para luego tomarse una cerveza en la Cervecería Peña Ubiña servida por el incomparable Piti, genio y figura tras la barra.

No lo dudéis. Si los reyes de León gustaban de perderse entre sus valles es porque sabían ya lo que hacían.

Lago de la cueva
El lago de la cueva

miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Donde se hicieron estas fotos?



Pues eso, se trata de una pequeña pista de nuestra próxima crónica viajera. Como sois unos chicos muy listos supongo que lo adivinaréis pronto. Si así fuera, prometo que en las siguientes ocasiones os lo pondré más difícil, jejeje…


Por cierto, aprovecho para recordaros que tenemos un concursoen marcha, venga va, animaos a contarnos un viaje y una receta inspirada en él. Os dejo el link de la entrada del concurso pinchando aquí.





domingo, 3 de febrero de 2013

Estambul (III), por fin en el lado asiático


Bandera-turca
Estaba tan profundamente dormido que no me despertó el llamamiento a la oración desde la mezquita como las dos mañanas anteriores.

Y es que estábamos cansadísimos. Pero eso nos gusta, cuando viajamos no descansamos, no hay tiempo para ello, no hay tiempo para todo lo que queremos ver, oir, tocar, comer, oler….

Así que en cuanto oímos la alarma del móvil nos levantamos de un salto, eran las 9 menos cuarto, ¡qué tarde!, se nos había echado el día encima, habría que correr mucho para recuperar el tiempo perdido.




Ducha apresurada y a bajar a desayunar. ¡Cómo iba a echar de menos esos desayunos con yogur, aceitunas, tomates, pepinos, pan, café… ¡.

Lo dicho, en cuanto acabamos con las existencias salimos a la calle, el sol apretaba ya y yo me quise dar una vuelta por el barrio, sabía que era posible que no volviera a verlo. Allí, a sólo unos metros de los reformados edificios convertidos en modernos hoteles con aires de novela de Agatha Christie, pero al otro lado de las vías del tren. Dónde los muchachos aún arrastran, sobre maltrechas calles de pavés, carros con las mercancías para las tiendas, dónde los hombres matan el tiempo a las puertas de sus negocios jugando al backgammon y bebiendo café, dónde las casas de madera y ventanas rotas se sostienen a duras penas, allí, éramos felices.


Caminamos atravesando la antigua ciudad monumental en dirección a los embarcaderos que utilizan diariamente millones de personas a los pies del Puente de Gálata. Nuestra intención era ir en barco remontando el Cuerno de Oro para acercarnos lo más posible a la antigua iglesia de San Salvador en Chora, que está lejos, cerca de las antiguas murallas, en un barrio con poco atractivo para los turistas.

Al llegar a los embarcaderos nos dijeron que no había barco para la zona que queríamos, que debíamos acercarnos en autobús. Bien, pues a la cola del autobús, dónde nos encontramos con unas españolas que habíamos conocido el día anterior. Estas riojanas estaban tan aclimatadas al mundillo de las compras en el Gran Bazar que, ni cortas ni perezosas, ¡se pusieron a regatear el precio de los billetes!. Jo, madre mía, no sabía si morirme de vergüenza o echarme unas risas. Evidentemente, el vendedor de los billetes no cedió y tuvieron que pagar lo mismo que todo el mundo.

Los autobuses que utilizamos en Estambul son muy modernos, más que los de Madrid y son realmente cómodos. Ahora bien, un aviso, no hagáis como nosotros, que nos pusimos a hablar con las compatriotas sobre nuestras experiencias en la ciudad, a un volumen normal, no os creáis que más alto de lo “normal”, pero claro, resulta que la gente en Estambul viaja en silencio, por lo que un indignado viajero nos echó una bronca tremenda por voceras, así que decidimos continuar viaje en silencio disfrutando de las vistas del Cuerno de Oro y de las casas, cada vez más modernas y a la vez más humildes a medida que nos alejábamos de la zona turística.

El autobús nos dejó relativamente cerca, ahora tocaba caminar, cuesta arriba, para no variar, y encontrar la iglesia.

Llegamos a un moderno parque en el que descansaban varias mujeres solas, para no incomodar, fue Pendiente de Diagnosticar quién se dirigió a ellas, yo me mantuve a una distancia prudencial. No sirvió de mucho, no sabían dónde estaba la iglesia.

Confiando en mi sentido de la orientación y asumiendo que lo bonito siempre está al final de la cuesta, continuamos ascendiendo atravesando calles residenciales de un urbanismo de un dudoso gusto que se salpicaban con hermosas y decadentes casas de madera.


Un buen rato después, coincidiendo con la hora del almuerzo (lo que los pedantes anglófilos suelen llamar Brunch) en la que los trabajadores detienen su actividad para tomar un bocado, encontramos a un albañil que nos pudo indicar la dirección correcta hacia nuestro destino. Por cierto, no pude por menos que admirar el “tentempié” que estaba disfrutando en plena calle, sentado en un taburete disfrutaba de una naranja, un trozo de queso de cabra, unas aceitunas y una taza de té. Magnífico y sencillo.

Por fin alcanzamos la famosa iglesia, una curiosidad bizantinaque conserva maravillosos frescos y mosaicos que se han conservado porque, al convertirse en mezquita tras la conquista otomana, en lugar se ser destruidos, fueron cubiertos con una capa de yeso que los conservó (aunque algo dañados) hasta nuestros días.

San-Salvador-en-Chora

Otra curiosidad, no tengo ni idea de por qué ni de dónde provenía el aroma, pero os aseguro que es la única iglesia que he visitado que ¡¡olía a pimientos fritos!!, os lo juro. Puede sonar absurdo, pero es real, olía como si se estuvieran friendo un par de toneladas de pimientos y allí no hay cocina y no vi a ningún turista zamparse un bocata de pimientos.



Tras admirar la hermosa decoración emprendimos camino de vuelta.

Atención, Estambul es una ciudad tan segura como cualquier capital europea, pero ojo, el barrio que debíamos atravesar caminando para volver es la zona dónde más implantación tienen los grupos islamistas y, por ejemplo, hay restaurantes diferenciados para hombres y para mujeres. No es un barrio turístico, por allí no pasa ningún forastero, bueno sí, nosotros y una presencia como la nuestra es tan poco habitual que una señora de unos 60 años que llevaba unas bolsas con comestibles se quedó petrificada delante de nosotros en plena calle, una sonrisa le iluminaba la cara y nos habló en turco, ósea, no me enteré de nada, pero se la veía feliz y contenta de que dos turistas se paseasen por su barrio.



No teníamos muy claro cual era el camino, salvo que cuesta abajo acabaríamos llegando al Cuerno de oro y en un momento dado nos encontramos con unos chavales que llevaban unas cañas de pescar, esa era la nuestra, los seguimos y nos llevaron de vuelta.

Habíamos alcanzado de nuevo la orilla, pero estábamos lejos de dónde queríamos ir, así que buscamos una parada de autobús y esperamos a uno que nos llevase a los embarcaderos para cruzar, esta vez sí, hasta el lado asiático de la ciudad.

Por fin llegó un autobús, por cierto, no teníamos billete y los conductores no venden, por lo que no pudimos comprar y aún así emprendió viaje. Muerto de vergüenza conseguí que una señora picase su bonobús estambulense, le dí un billete de 5 liras y entonces ya sí que no supe dónde meterme, porque resulta que los dos billetes costarían menos y la señora no tenía monedas, así que organizó una colecta entre los viajeros para darme la vuelta. Increible.

Por fin llegamos a los embarcaderos de Gálata, vimos que teníamos aún una hora por delante para poder comer algo antes de subirnos a un ferry con el que cruzar a Asia, así que nos tomamos una cerveza y unos entrantes típicos en una terraza. Atención, esta es una zona muy turística y por definición cara y de no mucha calidad, pero aún así es asumible, los precios no son desorbitados, aunque eso sí, no os recomiendo comer allí, siempre podéis tomaros un descanso y una cerveza.

Había llegado la hora de embarcar.

Al lado de la cola un muchacho acompañado por su padre había conseguido pescar algo, así que le pedí a Ahmed, así se llamaba, que posase orgulloso para mí y así lo hizo, no sin antes llevarse un par de sustos por los sorpresivos movimientos de su captura.



El trayecto hacia Asia dura apenas 15 minutos y merece la pena, claro que sí. El lado asiático es mucho más tranquilo, allí la ciudad es más verde, más limpia, con más parques y menos poblada.

Casa en el lado asiático de Estambul

Según nuestra baqueteada guía del Trotamundos, a pocos metros del embarcadero había un buen restaurante en el que disfrutar de auténtica comida turca a un precio muy asumible, ¡allí nos fuimos!, había hambre y sed.

El restaurante era enorme, a la derecha una vitrina en la que se pueden ver diferentes elaboraciones (principalmente entrantes y dulces). En el lado izquierdo de la sala está la zona de kebab (insisto en que kebab significa asado, es decir, hay kebab de cordero, de verduras de arroz, de ternera, pollo, etc…) y otra zona con diferentes platos. Y entre medias las mesas.

La idea es que los comensales puedan ver el aspecto de los platos finalizados  e incluso las cocinas y la forma de cocinar antes de sentarse y pedir su comida. Sinceramente, me parece una idea sensacional.

Disfrutamos mucho con la comida, de nuevo, nada más sentarnos nos sirvieron el agua mineral y el pan, todo gratis, ¡igualito que aquí! y a continuación hicimos nuestro pedido, que estuvo en la mesa en menos de cinco minutos. Haydari, kebab de verduras, arroz





Ya satisfechos emprendimos la vuelta hacia Europa utilizando el mismo ferry que nos dejo, en esta ocasión, en los embarcaderos de Besiktas, desde dónde, esta vez sí, hicimos uso del funicular para subir hasta la plaza de Taksim, dónde disfrutamos con tranquilidad de un café y cuando digo con tranquilidad, lo digo que fue con tranquilidad forzada. Resulta que cuando le pedí los cafés al camarero, le pedí a la vez la cuenta. El joven me miró con cara de sorpresa y me dijo que no, que primero me traía el café, yo me lo tomaba tranquiiiiiiiiilamente, luego le pediría la cuenta y finalmente el, cuando pudiera, me cobraría.


Media hora para tomarme un café. En fin, sé que a veces voy con mucha prisa, pero no entiendo que me fuercen a ir despacio.

Ahora os cuento una cosa curiosa. Estando allí sentados oímos, de repente, sin previo aviso, un gran estruendo, un ruido enorme y el ruido era humano, eran voces estruendosas que llenaron todo el espacio… ¡nadie hizo nada!, ¡nadie pareció notar nada raro!. El fenómeno se reprodujo muchas más veces en períodos irregulares de tiempo. Me daba miedo, no sabía lo que era y era muy sorprendente.

Por fin conseguimos salir de aquella cafetería-agujero negro-día de la marmota y fuimos hacia el cogollo comercial y bullanguero de la ciudad y la Avenida Istiklal.


Estábamos en pleno atardecer. Para esa última noche habíamos decidido cenar en alguno de los restaurantes para turistas de los hoteles cercanos al nuestro. Sabíamos que eran mucho más caros, pero queríamos estar cerca del hotel, pues, de nuevo, íbamos a dormir poco o muy poco, a las cinco de la mañana un taxi nos recogería y nos llevaría al aeropuerto.

Como decía ya esta atardeciendo, pero teníamos muchas cosas que hacer en tres horitas:

  • Visitar el barrio de los anticuarios que está detrás del Instituto Galatasaray.
  • Visitar el mercado de pescado y sus restaurantes de al lado de Istiklal.
  • Subir a la torre Gálata.
  • Visitar el barrio que se extiende a sus pies.
  • Volver a Sultanhamet.


¡Había que moverse rápido!.

En primer lugar hacia el barrio de los anticuarios, pero… vaya, era domingo por la tarde y estaba todo cerrado, así que no vimos nada más que el propio barrio, antiguo y desvencijado pero con mucho ambiente “gafapasta” y sus consecuentes vinotecas y restaurantes de diseño.

De vuelta al bullicio de la avenida, paramos en una agradable terracita al lado del consulado de Ecuador. Y continuamos viaje.

Ahora había que visitar el mercado de pescado y… ¡que locura!, era domingo por la tarde pero estaba abierto todo. No es exactamente un mercado como lo entendemos nosotros, se trata de una zona en la que hay un montón de tiendas de pescado que alternan con restaurantes que ocupan toda la calle. Vamos, que casi no hay sitio para caminar entre las mesas en las que se agolpaban lugareños bebiendo raki.

De vuelta descubrimos una calle perpendicular a Istliklal en la que había muchos bares de copas abiertos a la calle y con la música a un volumen brutal. Allí se agolpaba gente joven, turistas y lugareños que ocupan el domingo por la tarde bebiendo y bailando y es que ya lo dijo Burning, los domingos los hicieron para bailar.

Seguíamos caminando en dirección a Gálata cuando comenzó a llover y me di cuenta de que mucha gente por la calle llevaba camisetas del Besiktas o del Galatasaray y ¡entonces lo entendí todo!, ¡los gritos que oímos en la plaza provenían del campo de futbol dónde se jugaba el derby por excelencia del fútbol turco y que enfrentaba a los dos grandes equipos de Estambul!.

Ante la lluvia nos refugiamos en un bar repleto de turistas y pantallas de televisión por las que poder seguir los partidos de fútbol de todas las ligas europeas, la intención era sentarnos para esperar a que dejase de llover y tomarnos una cerveza, pero lo segundo no fue posible. Me explico, utilizamos los baños, nos sentamos, esperamos unos quince minutos que aproveché viendo el Rayo-Atlético de Madrid, dejó de llover y nos fuimos sin que ningún camarero viniese a preguntarnos que queríamos tomar.

Al fin alcanzamos Gálata. En esta ocasión no había botellón a sus pies, se notaba que era domingo. Subimos a ella y, la verdad, no se si recomendarlo. La cola era inmensa, tardamos un montón y eso que había una noche de perros y no era, ni mucho menos, hora punta.



No hay imágenes de la ciudad desde arriba, pues era de noche, llovía y no se veía casi nada. Lo que si que quiero destacar es el barrio que se extiende a sus pies, “Pera”, un lugar lleno de jóvenes de mil nacionalidades diferentes que se alojan en una gran cantidad de hostales y albergues. Me cuentan, además, que es uno de los barrios bohemios, lugar de referencia para todos los estudiantes de Erasmus que viven en Estambul y para todos los usuarios de tiendas de aromaterapia.





Llegaba el final de la noche y de nuestra experiencia en Estambul. Llegamos a la explanada que hay entre Santa Sofia y la Mezquita azul justo cuando se realizaba la última llamada a la oración del día. Fue impresionante, parecía que se hablaban entre las mezquitas, casi no había gente ya en la calle, pues eran las 10 de la noche y el volumen resultaba atronador.

Llegados finalmente a la zona de los restaurantes y hoteles “bonitos” de la zona, quisimos disfrutar de una agradable cena con especialidades turcas en una agradable terraza…

Nada más sentarnos se puso a llover.

En fin, tuvimos que cenar dentro de un bonito restaurante, pero sin luz (se fue por la tormenta) y a un precio realmente caro y nos fuimos al hotel a dormir cuatro horas o algo así.




Poco más de tres días habíamos pasado en esta maravillosa ciudad que nos ha marcado para siempre. Soy un viajero agradecido y suelo ver el lado bueno de los sitios que conozco, pero es que en el caso concreto de Estambul, os aseguro que sólo tengo buenos recuerdos. 




sábado, 24 de noviembre de 2012

Estambul II: Topkapi, Besiktas, Taksim e Istiklal



Tortas-EstambulNo sin cierto acongojamiento debido a los recuerdos del sueño de Perkagloü, me levanté mientras el Iman seguía llamando a la oración y me duché… aunque mirando con cierto recelo el desagüe…

Bajamos a desayunar compartiendo ese minúsculo espacio que es hall-salón-comedor, etc., con varios turistas ingleses veteranos. El sol entraba por las ventanas y el hombre que nunca duerme nos preparaba ese maravilloso yogurque te prepara el cuerpo para un día de caminata intensa. No me cansaré de alabar la comida turca y en el caso del yogur, ha desarrollado en mí una auténtica devoción.





A continuación salimos a las calles desvencijadas del barrio. Los hombres en las puertas de pequeños cafés o tiendas de comestibles jugaban al backgammon, una constante en todas las calles de Estambul, y jóvenes arrastraban carros con mercancías para las tiendas que sirven a los turistas.

Hacía mucho calor aunque aún era temprano, iniciamos la ascensión hacia la zona monumental de Santa Sofía y alrededores (Sultanahmet) y a medida que nos acercábamos, aumentaba la riada de turistas y mejoraba la fachada de las casas.

Sultanahmet
Tiendas y hoteles en Sultanahmet
Santa-Irene
Santa Irene, la iglesia más antigua de Estambul, al lado de Santa Sofia y en el primer patio de Topkapi


La idea era visitar el palacio Topkapi, el antiguo palacio de los sultanes y centro administrativo del Imperio Otomano hasta 1853. No se trata de un palacio al uso europeo, se trata más bien de un conjunto enorme de edificios sueltos enlazados o unidos a través de patios, espacios abiertos, terrazas y soportales. Hay que tener en cuenta que el Turco es un pueblo de origen nómada muy orgulloso de su pasado y que receló durante siglos del sedentarismo. Así, muchos de las habitaciones y pabellones del palacio reproducen yurtas (las tiendas de campaña utilizadas por casi todos los pueblos nómadas de Asia Central, patria de los turcosy mongoles).

Topkapi-interior
Interiror de una de las zonas más modernas del palacio que sigue reproduciendo una yurta


Topkapi-kiosko
Exterior de uno de los múltiples kioskos del palacio

Otra de las herencias de su nomadismo era su aversión por el agua “estancada”. En la tradición greco-romana de la antigua Constantinopla y en toda la Europamedieval, se almacenaba el agua en cisternas y aljibes, sin embargo los turcos clausuraron las existentes y desarrollaron un sistema de agua “corriente” o agua en movimiento, algo que consideraban, con razón, bastante más saludable.

haren-topkapi-fuente
Una fuente en un pario del harén del palacio

La visita al palacio puede suponerte todo un día, no sólo por el tamaño y por disfrutar de impresionantes vistas sobre el Mármara, el Bósforo y el Cuerno de oro, sino por las interminables colas que hay para ver las diferentes exposiciones, como reliquias del Profeta o joyas de los antiguos sultanes.

Galata-topkapi
El Cuerno de oro desde Topkapi. En primer término el puente de Gálata

Algo que no podéis perderos y que podéis dejar para cuando queráis descansar de colas o del calor es el antiguo Harén.

Topkapi-haren
Cartel de entrada al Harén

Bien, tras la visita que nos ocupó casi toda la mañana, aún había que visitar otro interesante lugar antes de reponer fuerzas, me refiero al museo de historia antigua que está al lado del palacio y en el que se conservan algunos restos arqueológicos interesantes de la propia ciudad de Estambul y de otras partes del país (la historia de Turquía es la historia de la Humanidad). Hay algunos objetos realmente fascinantes y quizá la joya de la colección, al menos para mí, sea el tratado de paz que el imperio Hititafirmó con el Egipto de Ramsés II después de la batalla de Kadesh, la más trascendente de la antigüedad. El mismo texto que ilustra las paredes del edificio de la ONU en Nueva York.

Tratado-paz-kadesh
Tratado de paz de Kadesh

Cadenas-Costantinopla
Las cadenas que protegían Costantinopla por el mar en Bósforo

Ahora sí, ahora había que comer. Buscamos algo auténtico y aislado del bullicio. Afortunadamente en Estambul los restaurantes dan de comer a todas horas, por lo que no tienes que preocuparte de horarios y a unos quince minutos del palacio encontramos un pequeño restaurantekurdo dónde, sin dudarlo, nos detuvimos a disfrutar de una muy agradable comida.




El sitio no es que fuera muy bonito, pero estaba muy limpio, con la cocina visible y un personal muy agradable, digamos que incluso demasiado para lo que acostumbramos en España, porque eso de que el camarero se te siente al lado y te hable (con una sonrisa de oreja o oreja) no suele ser lo habitual y a alguien le puede resultar un poco violento.

Disfrutamos de los típicos entrantes, como el Haydari o el hummuscon una cerveza y un aceptable vino blanco (el vino es muy caro, aviso) y preferimos quedarnos cortos, no queríamos abusar, que nos quedaba mucho por ver. Eso si, os cuento el momento “placer” que tuve cuando de repente me puse a pensar que dos españoles estábamos en un restaurante kurdo (decorado con fotos del monte Ararat) en Estambul en la compañía del dueño, la cocinera, el camarero y otro comensal, un coreano que miraba su kebab como yo hubiera mirado un plato de sesos de mono. Una pequeña y relajada ONU que sólo puedes conseguir viajando con un espíritu un poco abierto.

Haydari, Dolmadas, Hummus, Berenjenas...


Tomates crudos y deshidratados, zanahorias. Dieta saludable

A continuación abordamos un moderno tranvía con el que atravesaríamos el Cuerno de oro en dirección a Gálatacon parada final en los embarcaderos de Besiktas, sí, el barrio en el que tiene sede el equipo de fútbol del mismo nombre y zona moderna, muy occidentalizada y de ocio de clases burguesas medio-altas.

Estadio-Besiktas
Estadio del Besiktas

Después de perdernos entre las terrazas llenas de jóvenes ociosos, decidimos encaminarnos hacia un puente que veíamos al norte y que unía Europa y Asia atravesando el Bósforo.

Besiktas-embarcadero
Una tarde en Besiktas

Y caminamos y caminamos y el maldito puente seguía estando a tomar por …. muy lejos, vamos.

Por lo que en un momento de lucidez y mientras el sudor perlaba nuestras frentes…. y axilas… preguntamos, por si acaso estábamos metiendo la pata, a un amable conserje de un lujoso hotel si una vez alcanzado el puente sería posible utilizarlo para cruzar andando hasta Asia.

El individuo en cuestión me miró como si le hubiera preguntado por la teoría de Louis de Broglie en la que explicaba la dualidad onda-partícula, así que decidí volver a preguntar intuyendo que no había entendido.

Me interrumpió.

Me dejo muy claro, y con una sonrisa, que me había entendido, que entendía “el concepto”, pero que por el gran Mustafá Kemal, no podía entender que maldito interés podría tener algún humano en atravesar andando aquel maldito puente cuando por tres liras podías cruzar en un cuarto de hora a bordo de un ferry.

Su lógica fue aplastante.

Dimos la vuelta y volvimos por nuestros pasos a seguir caminando por dónde habíamos venido. Alguno pensaréis que es una locura o una falta de organización, pero a nosotros nos gusta viajar así, recorriendo sin descanso las ciudades y todo lo que sea posible a pie.

Pero claro, es cierto que a veces metes la pata y yo esa tarde me cubrí de gloria. Me oriento bastante bien y con un mapa o un plano, aunque esté escrito en turco, llego a cualquier sitio, pero a veces no hay que tentar la suerte y eso es precisamente lo que hice.

Decidí que para llegar a nuestro siguiente destino, la plaza Taksim lo mejor era… seguirme y sí, eso era lo mejor según el plano, pero tras una hora andando atravesando modernos barrios llenos de terrazas y mercadillos, con sus correspondientes cuestas, descubrí que la mancha verde del mapa no era un parque, sino una especie de zona verde enorme y vallada por la que no podíamos pasar… había que dar la vuelta… ¡¡¡¡arrrrgg!!!.

Pero según el plano yo iba bien, que conste.

Volviendo a Besiktas decidimos que era mejor parar a tomar algo en una coqueta terraza, en esta ocasión un té y un zumo de naranja sentados al lado de una pareja de novios que jugaba a… lo has adivinado… ¡al backgammon!.

Nos pusimos en marcha, el destino era de nuevo el embarcadero de Besiktas, desde el que se supone que partía un funicular hasta la plaza Taksim… pero no lo encontramos. Al día siguiente descubrimos que habíamos pasado por encima y por eso no vimos los carteles, así que ni cortos ni perezosos seguimos caminando hacia arriba, hacia la plaza.

Y ahí entendimos la presencia de un funicular, ¡madre mía!, ¡que cuesta!, es durísima, laaaaarga y recta y encima cada vez se empina más. Y las aceras no existen, son escaleras en cuyos rellanos la gente se sienta, de nuevo, a jugar al backgammon, por lo que tienes que ir por la calzada esquivando coches que bajan sujetándose hasta con el freno de mano.

Por fin llegamos a Taksim, ibamos empapados en sudor, jadeando, doloridos y felices. La plaza es una enorme extensión llena, ¡pero llena, llena!, de gente. Era sábado, primera hora de la noche y no podíamos caminar del bullicio. Buscamos algún puesto ambulante y compramos 10 ó 12 botellas de agua helada. Fue en ese momento cuando me di cuenta de la música que se oía y que todo el mundo coreaba. Allí fuimos y nos encontramos con un ¡tranvía concierto!, un tranvía que sube y baja a lo largo de la avenida Istiklal (Istiklal Caddesi, avenida de la independencia) animando, aún más, a la concurrencia. Desafortunadamente llegamos justo al final, por lo que no pudimos ver más que unos segundos que os dejo en un vídeo que no destaca por su calidad, pero bueno, creo que transmite el espíritu de un viernes noche en la plaza Taksim. Por cierto, justo al final del video se puede oír a Pendiente de Diagnosticar diciendo que ha merecido la pena la subida.



Ahora había que pasear por Istiklal rodeados por una riada de gente y buscar algún sitio para cenar.

Se trata de la zona más concurrida y típica de ocio y comercio de Estambul. Es una avenida peatonal enorme, larguísima por la que se suceden bares, restaurantes, tiendas de ropa, cines, consulados, etc. Durante el siglo XIX y se convirtió en la zona de residencia de embajadores y ciudadanos europeos, de ahí su urbanismo y la concentración de consulados.

Allí se encuentra, además, la catedral cristiana y el instituto Galatasaray, dónde se formaba (y se forma) la élite turca y sí, es el barrio del equipo de fútbol del mismo nombre que presenta una gran rivalidad con su vecino, un poco más humilde, el Besiktas.

Pues bien, a un lado, en una calle perpendicular encontramos un acogedor restaurante con una decoración que intentaba reproducir el interior de una típica casa de Anatolia, la región interior de Turquía.

Estambul-Anatolia
Interior de un restaurante de estilo anatolio

Bebimos agua y disfrutamos de unas deliciosas, magníficas, supremas… y así podría seguir, empanadillas de queso y espinacas, recordaban a las spanakopitasgriegas, pero en cualquier caso, algo sublime.

Empanada-espinacas-queso
Maravillosas empanadillas de queso y espinacas

Tortas-Estambul
Elaboración artesanal

La avenida termina, o empieza, en el entorno de la torre Gálata y hacía allí fuimos, justo al final de la avenida, hay una zona de ocio nocturno muy elitista, con locales muy cuidados y caros. Nosotros disfrutamos de un par de vinos en una terraza llamada “Opera”, un sitio tan bonito como caro.

Ya era casi media noche y caminamos hacia la torre Gálata, de la que os hablaré en el siguiente y último capítulo de nuestro viaje a esta magnífica ciudad.

Lo que ví me dejó perplejo. Resulta que los viernes y sábados por la noche, la zona de la torre se convierte en un enorme botellódromo, donde miles de personas se agolpan para sentarse, cantar, bailar y, sobre todo, beber allí juntos.

Gálata
Botellón a los pies de la Torre Gálata

El día había sido muy intenso y aún teníamos que llegar en tranvía hasta Sultanahmet, afortunadamente había una pastelería abierta en la parada final y nos comimos un par de piezas de baklava antes de caminar otro cuarto de hora hasta el hotel.

¿Nos dejarían dormir nuestros vecinos ruidosos?