Estaba tan profundamente dormido que no me despertó el llamamiento a la oración desde la mezquita como las dos mañanas anteriores.
Y es que estábamos cansadísimos. Pero eso nos gusta, cuando viajamos no descansamos, no hay tiempo para ello, no hay tiempo para todo lo que queremos ver, oir, tocar, comer, oler….
Así que en cuanto oímos la alarma del móvil nos levantamos de un salto, eran las 9 menos cuarto, ¡qué tarde!, se nos había echado el día encima, habría que correr mucho para recuperar el tiempo perdido.
Ducha apresurada y a bajar a desayunar. ¡Cómo iba a echar de menos esos desayunos con yogur, aceitunas, tomates, pepinos, pan, café… ¡.
Lo dicho, en cuanto acabamos con las existencias salimos a la calle, el sol apretaba ya y yo me quise dar una vuelta por el barrio, sabía que era posible que no volviera a verlo. Allí, a sólo unos metros de los reformados edificios convertidos en modernos hoteles con aires de novela de Agatha Christie, pero al otro lado de las vías del tren. Dónde los muchachos aún arrastran, sobre maltrechas calles de pavés, carros con las mercancías para las tiendas, dónde los hombres matan el tiempo a las puertas de sus negocios jugando al backgammon y bebiendo café, dónde las casas de madera y ventanas rotas se sostienen a duras penas, allí, éramos felices.
Caminamos atravesando la antigua ciudad monumental en dirección a los embarcaderos que utilizan diariamente millones de personas a los pies del Puente de Gálata. Nuestra intención era ir en barco remontando el Cuerno de Oro para acercarnos lo más posible a la antigua iglesia de San Salvador en Chora, que está lejos, cerca de las antiguas murallas, en un barrio con poco atractivo para los turistas.
Al llegar a los embarcaderos nos dijeron que no había barco para la zona que queríamos, que debíamos acercarnos en autobús. Bien, pues a la cola del autobús, dónde nos encontramos con unas españolas que habíamos conocido el día anterior. Estas riojanas estaban tan aclimatadas al mundillo de las compras en el Gran Bazar que, ni cortas ni perezosas, ¡se pusieron a regatear el precio de los billetes!. Jo, madre mía, no sabía si morirme de vergüenza o echarme unas risas. Evidentemente, el vendedor de los billetes no cedió y tuvieron que pagar lo mismo que todo el mundo.
Los autobuses que utilizamos en Estambul son muy modernos, más que los de Madrid y son realmente cómodos. Ahora bien, un aviso, no hagáis como nosotros, que nos pusimos a hablar con las compatriotas sobre nuestras experiencias en la ciudad, a un volumen normal, no os creáis que más alto de lo “normal”, pero claro, resulta que la gente en Estambul viaja en silencio, por lo que un indignado viajero nos echó una bronca tremenda por voceras, así que decidimos continuar viaje en silencio disfrutando de las vistas del Cuerno de Oro y de las casas, cada vez más modernas y a la vez más humildes a medida que nos alejábamos de la zona turística.
El autobús nos dejó relativamente cerca, ahora tocaba caminar, cuesta arriba, para no variar, y encontrar la iglesia.
Llegamos a un moderno parque en el que descansaban varias mujeres solas, para no incomodar, fue Pendiente de Diagnosticar quién se dirigió a ellas, yo me mantuve a una distancia prudencial. No sirvió de mucho, no sabían dónde estaba la iglesia.
Confiando en mi sentido de la orientación y asumiendo que lo bonito siempre está al final de la cuesta, continuamos ascendiendo atravesando calles residenciales de un urbanismo de un dudoso gusto que se salpicaban con hermosas y decadentes casas de madera.
Un buen rato después, coincidiendo con la hora del almuerzo (lo que los pedantes anglófilos suelen llamar Brunch) en la que los trabajadores detienen su actividad para tomar un bocado, encontramos a un albañil que nos pudo indicar la dirección correcta hacia nuestro destino. Por cierto, no pude por menos que admirar el “tentempié” que estaba disfrutando en plena calle, sentado en un taburete disfrutaba de una naranja, un trozo de queso de cabra, unas aceitunas y una taza de té. Magnífico y sencillo.
Por fin alcanzamos la famosa iglesia, una curiosidad bizantinaque conserva maravillosos frescos y mosaicos que se han conservado porque, al convertirse en mezquita tras la conquista otomana, en lugar se ser destruidos, fueron cubiertos con una capa de yeso que los conservó (aunque algo dañados) hasta nuestros días.
Otra curiosidad, no tengo ni idea de por qué ni de dónde provenía el aroma, pero os aseguro que es la única iglesia que he visitado que ¡¡olía a pimientos fritos!!, os lo juro. Puede sonar absurdo, pero es real, olía como si se estuvieran friendo un par de toneladas de pimientos y allí no hay cocina y no vi a ningún turista zamparse un bocata de pimientos.
Tras admirar la hermosa decoración emprendimos camino de vuelta.
Atención, Estambul es una ciudad tan segura como cualquier capital europea, pero ojo, el barrio que debíamos atravesar caminando para volver es la zona dónde más implantación tienen los grupos islamistas y, por ejemplo, hay restaurantes diferenciados para hombres y para mujeres. No es un barrio turístico, por allí no pasa ningún forastero, bueno sí, nosotros y una presencia como la nuestra es tan poco habitual que una señora de unos 60 años que llevaba unas bolsas con comestibles se quedó petrificada delante de nosotros en plena calle, una sonrisa le iluminaba la cara y nos habló en turco, ósea, no me enteré de nada, pero se la veía feliz y contenta de que dos turistas se paseasen por su barrio.
No teníamos muy claro cual era el camino, salvo que cuesta abajo acabaríamos llegando al Cuerno de oro y en un momento dado nos encontramos con unos chavales que llevaban unas cañas de pescar, esa era la nuestra, los seguimos y nos llevaron de vuelta.
Habíamos alcanzado de nuevo la orilla, pero estábamos lejos de dónde queríamos ir, así que buscamos una parada de autobús y esperamos a uno que nos llevase a los embarcaderos para cruzar, esta vez sí, hasta el lado asiático de la ciudad.
Por fin llegó un autobús, por cierto, no teníamos billete y los conductores no venden, por lo que no pudimos comprar y aún así emprendió viaje. Muerto de vergüenza conseguí que una señora picase su bonobús estambulense, le dí un billete de 5 liras y entonces ya sí que no supe dónde meterme, porque resulta que los dos billetes costarían menos y la señora no tenía monedas, así que organizó una colecta entre los viajeros para darme la vuelta. Increible.
Por fin llegamos a los embarcaderos de Gálata, vimos que teníamos aún una hora por delante para poder comer algo antes de subirnos a un ferry con el que cruzar a Asia, así que nos tomamos una cerveza y unos entrantes típicos en una terraza. Atención, esta es una zona muy turística y por definición cara y de no mucha calidad, pero aún así es asumible, los precios no son desorbitados, aunque eso sí, no os recomiendo comer allí, siempre podéis tomaros un descanso y una cerveza.
Había llegado la hora de embarcar.
Al lado de la cola un muchacho acompañado por su padre había conseguido pescar algo, así que le pedí a Ahmed, así se llamaba, que posase orgulloso para mí y así lo hizo, no sin antes llevarse un par de sustos por los sorpresivos movimientos de su captura.
El trayecto hacia Asia dura apenas 15 minutos y merece la pena, claro que sí. El lado asiático es mucho más tranquilo, allí la ciudad es más verde, más limpia, con más parques y menos poblada.
Casa en el lado asiático de Estambul |
Según nuestra baqueteada guía del Trotamundos, a pocos metros del embarcadero había un buen restaurante en el que disfrutar de auténtica comida turca a un precio muy asumible, ¡allí nos fuimos!, había hambre y sed.
El restaurante era enorme, a la derecha una vitrina en la que se pueden ver diferentes elaboraciones (principalmente entrantes y dulces). En el lado izquierdo de la sala está la zona de kebab (insisto en que kebab significa asado, es decir, hay kebab de cordero, de verduras de arroz, de ternera, pollo, etc…) y otra zona con diferentes platos. Y entre medias las mesas.
La idea es que los comensales puedan ver el aspecto de los platos finalizados e incluso las cocinas y la forma de cocinar antes de sentarse y pedir su comida. Sinceramente, me parece una idea sensacional.
Disfrutamos mucho con la comida, de nuevo, nada más sentarnos nos sirvieron el agua mineral y el pan, todo gratis, ¡igualito que aquí! y a continuación hicimos nuestro pedido, que estuvo en la mesa en menos de cinco minutos. Haydari, kebab de verduras, arroz…
Ya satisfechos emprendimos la vuelta hacia Europa utilizando el mismo ferry que nos dejo, en esta ocasión, en los embarcaderos de Besiktas, desde dónde, esta vez sí, hicimos uso del funicular para subir hasta la plaza de Taksim, dónde disfrutamos con tranquilidad de un café y cuando digo con tranquilidad, lo digo que fue con tranquilidad forzada. Resulta que cuando le pedí los cafés al camarero, le pedí a la vez la cuenta. El joven me miró con cara de sorpresa y me dijo que no, que primero me traía el café, yo me lo tomaba tranquiiiiiiiiilamente, luego le pediría la cuenta y finalmente el, cuando pudiera, me cobraría.
Media hora para tomarme un café. En fin, sé que a veces voy con mucha prisa, pero no entiendo que me fuercen a ir despacio.
Ahora os cuento una cosa curiosa. Estando allí sentados oímos, de repente, sin previo aviso, un gran estruendo, un ruido enorme y el ruido era humano, eran voces estruendosas que llenaron todo el espacio… ¡nadie hizo nada!, ¡nadie pareció notar nada raro!. El fenómeno se reprodujo muchas más veces en períodos irregulares de tiempo. Me daba miedo, no sabía lo que era y era muy sorprendente.
Por fin conseguimos salir de aquella cafetería-agujero negro-día de la marmota y fuimos hacia el cogollo comercial y bullanguero de la ciudad y la Avenida Istiklal.
Estábamos en pleno atardecer. Para esa última noche habíamos decidido cenar en alguno de los restaurantes para turistas de los hoteles cercanos al nuestro. Sabíamos que eran mucho más caros, pero queríamos estar cerca del hotel, pues, de nuevo, íbamos a dormir poco o muy poco, a las cinco de la mañana un taxi nos recogería y nos llevaría al aeropuerto.
Como decía ya esta atardeciendo, pero teníamos muchas cosas que hacer en tres horitas:
- Visitar el barrio de los anticuarios que está detrás del Instituto Galatasaray.
- Visitar el mercado de pescado y sus restaurantes de al lado de Istiklal.
- Subir a la torre Gálata.
- Visitar el barrio que se extiende a sus pies.
- Volver a Sultanhamet.
¡Había que moverse rápido!.
En primer lugar hacia el barrio de los anticuarios, pero… vaya, era domingo por la tarde y estaba todo cerrado, así que no vimos nada más que el propio barrio, antiguo y desvencijado pero con mucho ambiente “gafapasta” y sus consecuentes vinotecas y restaurantes de diseño.
De vuelta al bullicio de la avenida, paramos en una agradable terracita al lado del consulado de Ecuador. Y continuamos viaje.
Ahora había que visitar el mercado de pescado y… ¡que locura!, era domingo por la tarde pero estaba abierto todo. No es exactamente un mercado como lo entendemos nosotros, se trata de una zona en la que hay un montón de tiendas de pescado que alternan con restaurantes que ocupan toda la calle. Vamos, que casi no hay sitio para caminar entre las mesas en las que se agolpaban lugareños bebiendo raki.
De vuelta descubrimos una calle perpendicular a Istliklal en la que había muchos bares de copas abiertos a la calle y con la música a un volumen brutal. Allí se agolpaba gente joven, turistas y lugareños que ocupan el domingo por la tarde bebiendo y bailando y es que ya lo dijo Burning, los domingos los hicieron para bailar.
Seguíamos caminando en dirección a Gálata cuando comenzó a llover y me di cuenta de que mucha gente por la calle llevaba camisetas del Besiktas o del Galatasaray y ¡entonces lo entendí todo!, ¡los gritos que oímos en la plaza provenían del campo de futbol dónde se jugaba el derby por excelencia del fútbol turco y que enfrentaba a los dos grandes equipos de Estambul!.
Ante la lluvia nos refugiamos en un bar repleto de turistas y pantallas de televisión por las que poder seguir los partidos de fútbol de todas las ligas europeas, la intención era sentarnos para esperar a que dejase de llover y tomarnos una cerveza, pero lo segundo no fue posible. Me explico, utilizamos los baños, nos sentamos, esperamos unos quince minutos que aproveché viendo el Rayo-Atlético de Madrid, dejó de llover y nos fuimos sin que ningún camarero viniese a preguntarnos que queríamos tomar.
Al fin alcanzamos Gálata. En esta ocasión no había botellón a sus pies, se notaba que era domingo. Subimos a ella y, la verdad, no se si recomendarlo. La cola era inmensa, tardamos un montón y eso que había una noche de perros y no era, ni mucho menos, hora punta.
No hay imágenes de la ciudad desde arriba, pues era de noche, llovía y no se veía casi nada. Lo que si que quiero destacar es el barrio que se extiende a sus pies, “Pera”, un lugar lleno de jóvenes de mil nacionalidades diferentes que se alojan en una gran cantidad de hostales y albergues. Me cuentan, además, que es uno de los barrios bohemios, lugar de referencia para todos los estudiantes de Erasmus que viven en Estambul y para todos los usuarios de tiendas de aromaterapia.
Llegaba el final de la noche y de nuestra experiencia en Estambul. Llegamos a la explanada que hay entre Santa Sofia y la Mezquita azul justo cuando se realizaba la última llamada a la oración del día. Fue impresionante, parecía que se hablaban entre las mezquitas, casi no había gente ya en la calle, pues eran las 10 de la noche y el volumen resultaba atronador.
Llegados finalmente a la zona de los restaurantes y hoteles “bonitos” de la zona, quisimos disfrutar de una agradable cena con especialidades turcas en una agradable terraza…
Nada más sentarnos se puso a llover.
En fin, tuvimos que cenar dentro de un bonito restaurante, pero sin luz (se fue por la tormenta) y a un precio realmente caro y nos fuimos al hotel a dormir cuatro horas o algo así.
Poco más de tres días habíamos pasado en esta maravillosa ciudad que nos ha marcado para siempre. Soy un viajero agradecido y suelo ver el lado bueno de los sitios que conozco, pero es que en el caso concreto de Estambul, os aseguro que sólo tengo buenos recuerdos.
Que bien os lo montais. A cual de los dos le dan sobre extra.
ResponderEliminarUn abrazo.
El Viejo.
Pues no será con la paga de Navidad.
EliminarAsí me gusta viajar a mí, aunque luego necesite unas vacaciones para las vacaciones... me han encantado todos los capítulos de esta crónica (incluída la pesadilla de marras) y me ha despertado las ganas de un viajecito a Estambul. Todo llegará.
ResponderEliminarSaludos!
Te lo recomiendo fervientemente y luego, eso sí, nos lo cuentas
EliminarMe ha gustado muchisimo, Estambul es una ciudad maravillosa y tú la reflejas muy bien, !!esos desayunos!!! me encantaban, hay que volver, gracias
ResponderEliminarGracias a tí.
EliminarHay que volver, totalmente de acuerdo