Continuamos con nuestro periplo por Manhattan.
Día 3:
Continuaba con mi Jet lag, lo cierto es que no me importaba mucho, en Nueva York no hay tiempo que perder. El único problema era que el personal de hotel empezaba a mirarme mal, no debe ser muy habitual que un cliente se meta en la sauna a las cinco de la mañana.
En fin, al grano.
Como ya era costumbre, desayunamos contundéntemente, huevos, tostadas, zumo, bollos. ¡De todo!. Y salimos a la calle.
En esta ocasión tomaríamos rumbo norte, nos dirigimos directamente a la Quinta Avenida y avanzamos en dirección a Central Park, de camino, fuimos parando en los escaparates de diversas y famosas tiendas de lujo. Nos llamó la atención la costumbre de no poner el precio en los productos. No sé si responde a una estrategia de marketing según la cual, al no ver el precio decides entrar en la tienda a preguntar. Bueno, en Abercrombie en lugar de escaparate ponen a un tio en calzoncillos en la acera, luego, cuando entras en la tienda todo está oscuro, hay música al volumen de que debe estar en Pachá Ibiza y las vendedoras bailan de pie sobre los mostradores con los pantalones vaqueros, ¡impresionante!.
Antes de llegar a Central Park, paramos en el MOMA. No tengo palabras, sin duda alguna uno de los museos más espectaculares del mundo, el propio edificio es una obra de arte.
Continuamos bajando por la calle y viendo como un montón de restaurantes italianos, franceses, vegetarianos, etc, se iban llenando de gente. Recordad esta zona, maravillosa para disfrutar de la gastronomía neoyorquina.
Al llegar al Lincoln Center bajamos por Broadway hasta el el Columbus Circle, lugar en el que la colonia italiana celebra el su fiesta el 12 de Octubre ¿?. Y así continuamos calle abajo hasta nuestro hotel, dónde descansamos un poco (muy poco) y bajamos a la calle dónde, en un pub irlandés, nos zampamos una descomunal hamburguesa con una gran cerveza y con el estómago saciado nos dirijimos a un lugar maravilloso, el 230 Fifth, una terraza ubicada en la azotea de un edificio de la Quinta Avenida, entre las calles 26 y 27. Se trata de un sitio fenomenal para degustar un cóctel o incluso comer algo mientras disfrutas de la vista del Empire State iluminado al frente.
Yo, por supuesto, me pedí un Manhattan.
Día 4:
Voy a ahorraros como fue mi despertar, sí, yo y mi jet lag.
Dedicamos la mañana de este día a recorrer otros barrios neoyorquinos y pasear por Bronx, Queens y Brooklin, pero esto lo reservamos para otro capítulo.
Comimos en un restaurante de China Town, me gustaría poder deciros el nombre, pero lo cierto es que no lo sé, estaba escrito en alfabeto chino, al igual que la carta. De todos modos si os dijera que fue estupendo mentiría, vamos, un chino como cualquier chino de barrio de cualquier ciudad española.
Inmediatamente, nos fuimos a visitar The Cloisters, una extravagancia que debemos a la familia Rockefeller (como tantas otras cosas en Nueva York). Se trata de un museo medieval construido con pedazos de edificios medievales europeos, principalmente españoles y franceses. Está muy al norte de la isla y recorrerlos supone una experiencia contradictoria, por un lado admiras su belleza y por otro..., ¿cómo es posible que este pedazo de historia saliese de Europa como lo hizo. En fin, dejemos las consideraciones políticas y económicas para otros foros. Si os decidís visitarlos, es importante que sepáis que la visita está incluida en la entrada al Metropolitan, siempre que vayas el mismo día, es decir, puedes visitar el Metropolitan y después darte un garbeo por los cloisters. Lo cierto es que nosotros acudimos un día después, pero nos dejaron entrar.
A continuación fuimos al Empire State, ¡ya era hora de subir!, que decir, ¡espectacular!, lo mejor de todo, más aún que las vistas, fue contemplar como avanzaban los pisos en el ascensor:
Broadway |
Desde aquí, volvimos a la Quinta Avenida y llegamos ya a la altura de la calle 59, es decir, la esquina sur-este del parque, en este momento, a la izquierda puedes ver el Hotel Plaza. Métete en el hall y respira su aire decadente y lujoso, toda una experiencia florida (había miles de rosas).
Enfrente del hotel se encuentra la tienda de Apple, un cubo transparente que resalta en ese lugar.
Tienda de Apple |
A partir de ahí decidimos desviarnos un poco y no continuar ascendiendo por la 5ª avenida (a la altura del parque se denomina Park Avenue), sino por la 4ª, que está llena de tiendas de lujo, de antigüedades y tiendas de muebles... ¡pero en la que no vimos ni un solo bar ni restaurante!, hasta que llegamos casi a la altura de la calle que llega al Metropolitan y allí nos detuvimos a comer en un coqueto restaurante italiano. Y digo coqueto por no decir minúsculo e incómodo. En general los americanos entienden la comida italiana como algo delicioso y exótico y eso explica que me cobraran 15 dólares por una ensalada que consistió, literalmente, en 3 rodajas de tomate, una bola pequeña de mozzarella y 3 hojas de albahaca, ¡sin cortar ni nada!. El camarero se sorprendió mucho al ver mi cara de asombro y tuvo que sorprenderse más aún cuando me preguntó si quería aceite y le dije que por mi me podía echar las sobras del plato de la mesa de al lado, porque 15 dolares por el desastre que me había servido era una barbaridad. En fin, me lo comí.
En consecuencia, no comáis en la 4ª avenida a la altura de Central Park.
En consecuencia, no comáis en la 4ª avenida a la altura de Central Park.
Después del más que frugal tentempié, fuimos al Metropolitan. De nuevo me quedo sin palabras y además, como el objeto de este blog es la gastronomía, no os abrumaré con las maravillas que allí hay, eso sí, debo contaros que podéis subir a la azotea, dónde, además de poder contemplar una impresionante vista de Central Park y los edificios que lo rodean, podéis tomaros una cerveza bien fresquita.
Central Park desde la azotea del Metropolitan |
Atravesando Central Park |
A continuación atravesamos el parque y salimos a la altura del edificio Dakota, a mi modo de ver me pareció más interesante ese lado de la ciudad.
Edificio Dakota |
Después de admirar el edificio y comprobar que el Museo de Ciencias Naturales estaba a punto de cerrar, nos dirigimos a la 9ª avenida. Allí ocurre todo lo contrario que al otro lado del parque. Estaba llena de restaurantes y bares "after work", donde mucha gente para al salir del trabajo a tomarse una cerveza o un vodka y comer algo antes de ir a casa. Nosotros estuvimos en un maravillos Sushi bar justamente detrás del Dakota donde degustamos un mini-maki variado y una cerveza que nos supo a gloria.
Continuamos bajando por la calle y viendo como un montón de restaurantes italianos, franceses, vegetarianos, etc, se iban llenando de gente. Recordad esta zona, maravillosa para disfrutar de la gastronomía neoyorquina.
Al llegar al Lincoln Center bajamos por Broadway hasta el el Columbus Circle, lugar en el que la colonia italiana celebra el su fiesta el 12 de Octubre ¿?. Y así continuamos calle abajo hasta nuestro hotel, dónde descansamos un poco (muy poco) y bajamos a la calle dónde, en un pub irlandés, nos zampamos una descomunal hamburguesa con una gran cerveza y con el estómago saciado nos dirijimos a un lugar maravilloso, el 230 Fifth, una terraza ubicada en la azotea de un edificio de la Quinta Avenida, entre las calles 26 y 27. Se trata de un sitio fenomenal para degustar un cóctel o incluso comer algo mientras disfrutas de la vista del Empire State iluminado al frente.
Yo, por supuesto, me pedí un Manhattan.
Vista del Empire State desde el 230 Fifth, al fondo, el Chrysler |
Día 4:
Dedicamos la mañana de este día a recorrer otros barrios neoyorquinos y pasear por Bronx, Queens y Brooklin, pero esto lo reservamos para otro capítulo.
Comimos en un restaurante de China Town, me gustaría poder deciros el nombre, pero lo cierto es que no lo sé, estaba escrito en alfabeto chino, al igual que la carta. De todos modos si os dijera que fue estupendo mentiría, vamos, un chino como cualquier chino de barrio de cualquier ciudad española.
The Cloisters |
Volvimos en un autobús que recorre una gran parte de la isla de norte a sur atravesando Harlem. Nos bajamos a la altura de la tienda de Apple en la esquina sureste de Central Park y caminamos hacia el sur por la Quinta avenida hasta llegar a la altura del Flatiron, sin duda uno de los tres edificios más bellos de la ciudad, junto con el Chrysler y un tercero que os dejo elegir a cada uno. Allí, enfrente, en la confluencia de Broadway con la Quinta, esperamos la puesta de sol.
Puesta de sol en el Flatiron |
A continuación fuimos al Empire State, ¡ya era hora de subir!, que decir, ¡espectacular!, lo mejor de todo, más aún que las vistas, fue contemplar como avanzaban los pisos en el ascensor:
Y, bueno, el día había sido muy largo y muy duro. Habíamos recorido la ciudad de arriba a abajo, habíamos caminado mucho, habíamos utilizado el metro, el taxi y el autobús. Nos merecíamos un premio, nos gusta acabar cada jornada con un premio, así que nos dispusimos a disfrutar de uno de los restaurantes populares más afamados de Nueva York, el P.J. Clarke's que tiene varios locales en la ciudad, así que nos fuimos al primero, al original, P.J. Clarke's 1884. El sitio es fantástico, dispone de un bar con aspecto de pub irlandés y en la parte posterior, un coqueto restaurante lleno de recuerdos.
La carta se compone básicamente de hamburguesas, que puedes maridar con algunas de las excelentes referencias de que dispone su carta de vinos. Nosotros degustamos unas maravillosas a la par que sencillas hamburguesas (probablemente la mejor que me he comido en mi vida) regadas con un Pinot Noir californiano.
Un estupendo broche para una estupenda jornada.
P.J. Clarke's |
Empire State iluminado por la noche. |
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