No sin cierto acongojamiento debido a los recuerdos del sueño de Perkagloü, me levanté mientras el Iman seguía llamando a la oración y me duché… aunque mirando con cierto recelo el desagüe… Bajamos a desayunar compartiendo ese minúsculo espacio que es hall-salón-comedor, etc., con varios turistas ingleses veteranos. El sol entraba por las ventanas y el hombre que nunca duerme nos preparaba ese maravilloso yogurque te prepara el cuerpo para un día de caminata intensa. No me cansaré de alabar la comida turca y en el caso del yogur, ha desarrollado en mí una auténtica devoción.
A continuación salimos a las calles desvencijadas del barrio. Los hombres en las puertas de pequeños cafés o tiendas de comestibles jugaban al backgammon, una constante en todas las calles de Estambul, y jóvenes arrastraban carros con mercancías para las tiendas que sirven a los turistas.
Hacía mucho calor aunque aún era temprano, iniciamos la ascensión hacia la zona monumental de Santa Sofía y alrededores (Sultanahmet) y a medida que nos acercábamos, aumentaba la riada de turistas y mejoraba la fachada de las casas.
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Tiendas y hoteles en Sultanahmet |
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Santa Irene, la iglesia más antigua de Estambul, al lado de Santa Sofia y en el primer patio de Topkapi |
La idea era visitar el palacio Topkapi, el antiguo palacio de los sultanes y centro administrativo del Imperio Otomano hasta 1853. No se trata de un palacio al uso europeo, se trata más bien de un conjunto enorme de edificios sueltos enlazados o unidos a través de patios, espacios abiertos, terrazas y soportales. Hay que tener en cuenta que el Turco es un pueblo de origen nómada muy orgulloso de su pasado y que receló durante siglos del sedentarismo. Así, muchos de las habitaciones y pabellones del palacio reproducen yurtas (las tiendas de campaña utilizadas por casi todos los pueblos nómadas de Asia Central, patria de los turcosy mongoles).
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Interiror de una de las zonas más modernas del palacio que sigue reproduciendo una yurta |
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Exterior de uno de los múltiples kioskos del palacio |
Otra de las herencias de su nomadismo era su aversión por el agua “estancada”. En la tradición greco-romana de la antigua Constantinopla y en toda la Europamedieval, se almacenaba el agua en cisternas y aljibes, sin embargo los turcos clausuraron las existentes y desarrollaron un sistema de agua “corriente” o agua en movimiento, algo que consideraban, con razón, bastante más saludable.
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Una fuente en un pario del harén del palacio |
La visita al palacio puede suponerte todo un día, no sólo por el tamaño y por disfrutar de impresionantes vistas sobre el Mármara, el Bósforo y el Cuerno de oro, sino por las interminables colas que hay para ver las diferentes exposiciones, como reliquias del Profeta o joyas de los antiguos sultanes.
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El Cuerno de oro desde Topkapi. En primer término el puente de Gálata |
Algo que no podéis perderos y que podéis dejar para cuando queráis descansar de colas o del calor es el antiguo Harén.
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Cartel de entrada al Harén |
Bien, tras la visita que nos ocupó casi toda la mañana, aún había que visitar otro interesante lugar antes de reponer fuerzas, me refiero al museo de historia antigua que está al lado del palacio y en el que se conservan algunos restos arqueológicos interesantes de la propia ciudad de Estambul y de otras partes del país (la historia de Turquía es la historia de la Humanidad). Hay algunos objetos realmente fascinantes y quizá la joya de la colección, al menos para mí, sea el tratado de paz que el imperio Hititafirmó con el Egipto de Ramsés II después de la batalla de Kadesh, la más trascendente de la antigüedad. El mismo texto que ilustra las paredes del edificio de la ONU en Nueva York.
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Tratado de paz de Kadesh |
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Las cadenas que protegían Costantinopla por el mar en Bósforo |
Ahora sí, ahora había que comer. Buscamos algo auténtico y aislado del bullicio. Afortunadamente en Estambul los restaurantes dan de comer a todas horas, por lo que no tienes que preocuparte de horarios y a unos quince minutos del palacio encontramos un pequeño restaurantekurdo dónde, sin dudarlo, nos detuvimos a disfrutar de una muy agradable comida.
El sitio no es que fuera muy bonito, pero estaba muy limpio, con la cocina visible y un personal muy agradable, digamos que incluso demasiado para lo que acostumbramos en España, porque eso de que el camarero se te siente al lado y te hable (con una sonrisa de oreja o oreja) no suele ser lo habitual y a alguien le puede resultar un poco violento.
Disfrutamos de los típicos entrantes, como el Haydari o el hummus, con una cerveza y un aceptable vino blanco (el vino es muy caro, aviso) y preferimos quedarnos cortos, no queríamos abusar, que nos quedaba mucho por ver. Eso si, os cuento el momento “placer” que tuve cuando de repente me puse a pensar que dos españoles estábamos en un restaurante kurdo (decorado con fotos del monte Ararat) en Estambul en la compañía del dueño, la cocinera, el camarero y otro comensal, un coreano que miraba su kebab como yo hubiera mirado un plato de sesos de mono. Una pequeña y relajada ONU que sólo puedes conseguir viajando con un espíritu un poco abierto.
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Haydari, Dolmadas, Hummus, Berenjenas... |
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Tomates crudos y deshidratados, zanahorias. Dieta saludable |
A continuación abordamos un moderno tranvía con el que atravesaríamos el Cuerno de oro en dirección a Gálatacon parada final en los embarcaderos de Besiktas, sí, el barrio en el que tiene sede el equipo de fútbol del mismo nombre y zona moderna, muy occidentalizada y de ocio de clases burguesas medio-altas.
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Estadio del Besiktas |
Después de perdernos entre las terrazas llenas de jóvenes ociosos, decidimos encaminarnos hacia un puente que veíamos al norte y que unía Europa y Asia atravesando el Bósforo.
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Una tarde en Besiktas |
Y caminamos y caminamos y el maldito puente seguía estando a tomar por …. muy lejos, vamos.
Por lo que en un momento de lucidez y mientras el sudor perlaba nuestras frentes…. y axilas… preguntamos, por si acaso estábamos metiendo la pata, a un amable conserje de un lujoso hotel si una vez alcanzado el puente sería posible utilizarlo para cruzar andando hasta Asia.
El individuo en cuestión me miró como si le hubiera preguntado por la teoría de Louis de Broglie en la que explicaba la dualidad onda-partícula, así que decidí volver a preguntar intuyendo que no había entendido.
Me interrumpió.
Me dejo muy claro, y con una sonrisa, que me había entendido, que entendía “el concepto”, pero que por el gran Mustafá Kemal, no podía entender que maldito interés podría tener algún humano en atravesar andando aquel maldito puente cuando por tres liras podías cruzar en un cuarto de hora a bordo de un ferry.
Su lógica fue aplastante.
Dimos la vuelta y volvimos por nuestros pasos a seguir caminando por dónde habíamos venido. Alguno pensaréis que es una locura o una falta de organización, pero a nosotros nos gusta viajar así, recorriendo sin descanso las ciudades y todo lo que sea posible a pie.
Pero claro, es cierto que a veces metes la pata y yo esa tarde me cubrí de gloria. Me oriento bastante bien y con un mapa o un plano, aunque esté escrito en turco, llego a cualquier sitio, pero a veces no hay que tentar la suerte y eso es precisamente lo que hice.
Decidí que para llegar a nuestro siguiente destino, la plaza Taksim lo mejor era… seguirme y sí, eso era lo mejor según el plano, pero tras una hora andando atravesando modernos barrios llenos de terrazas y mercadillos, con sus correspondientes cuestas, descubrí que la mancha verde del mapa no era un parque, sino una especie de zona verde enorme y vallada por la que no podíamos pasar… había que dar la vuelta… ¡¡¡¡arrrrgg!!!.
Pero según el plano yo iba bien, que conste.
Volviendo a Besiktas decidimos que era mejor parar a tomar algo en una coqueta terraza, en esta ocasión un té y un zumo de naranja sentados al lado de una pareja de novios que jugaba a… lo has adivinado… ¡al backgammon!.
Nos pusimos en marcha, el destino era de nuevo el embarcadero de Besiktas, desde el que se supone que partía un funicular hasta la plaza Taksim… pero no lo encontramos. Al día siguiente descubrimos que habíamos pasado por encima y por eso no vimos los carteles, así que ni cortos ni perezosos seguimos caminando hacia arriba, hacia la plaza.
Y ahí entendimos la presencia de un funicular, ¡madre mía!, ¡que cuesta!, es durísima, laaaaarga y recta y encima cada vez se empina más. Y las aceras no existen, son escaleras en cuyos rellanos la gente se sienta, de nuevo, a jugar al backgammon, por lo que tienes que ir por la calzada esquivando coches que bajan sujetándose hasta con el freno de mano.
Por fin llegamos a Taksim, ibamos empapados en sudor, jadeando, doloridos y felices. La plaza es una enorme extensión llena, ¡pero llena, llena!, de gente. Era sábado, primera hora de la noche y no podíamos caminar del bullicio. Buscamos algún puesto ambulante y compramos 10 ó 12 botellas de agua helada. Fue en ese momento cuando me di cuenta de la música que se oía y que todo el mundo coreaba. Allí fuimos y nos encontramos con un ¡tranvía concierto!, un tranvía que sube y baja a lo largo de la avenida Istiklal (Istiklal Caddesi, avenida de la independencia) animando, aún más, a la concurrencia. Desafortunadamente llegamos justo al final, por lo que no pudimos ver más que unos segundos que os dejo en un vídeo que no destaca por su calidad, pero bueno, creo que transmite el espíritu de un viernes noche en la plaza Taksim. Por cierto, justo al final del video se puede oír a Pendiente de Diagnosticar diciendo que ha merecido la pena la subida.
Ahora había que pasear por Istiklal rodeados por una riada de gente y buscar algún sitio para cenar.
Se trata de la zona más concurrida y típica de ocio y comercio de Estambul. Es una avenida peatonal enorme, larguísima por la que se suceden bares, restaurantes, tiendas de ropa, cines, consulados, etc. Durante el siglo XIX y se convirtió en la zona de residencia de embajadores y ciudadanos europeos, de ahí su urbanismo y la concentración de consulados.
Allí se encuentra, además, la catedral cristiana y el instituto Galatasaray, dónde se formaba (y se forma) la élite turca y sí, es el barrio del equipo de fútbol del mismo nombre que presenta una gran rivalidad con su vecino, un poco más humilde, el Besiktas.
Pues bien, a un lado, en una calle perpendicular encontramos un acogedor restaurante con una decoración que intentaba reproducir el interior de una típica casa de Anatolia, la región interior de Turquía.
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Interior de un restaurante de estilo anatolio |
Bebimos agua y disfrutamos de unas deliciosas, magníficas, supremas… y así podría seguir, empanadillas de queso y espinacas, recordaban a las spanakopitasgriegas, pero en cualquier caso, algo sublime.
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Maravillosas empanadillas de queso y espinacas |
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Elaboración artesanal |
La avenida termina, o empieza, en el entorno de la torre Gálata y hacía allí fuimos, justo al final de la avenida, hay una zona de ocio nocturno muy elitista, con locales muy cuidados y caros. Nosotros disfrutamos de un par de vinos en una terraza llamada “Opera”, un sitio tan bonito como caro.
Ya era casi media noche y caminamos hacia la torre Gálata, de la que os hablaré en el siguiente y último capítulo de nuestro viaje a esta magnífica ciudad.
Lo que ví me dejó perplejo. Resulta que los viernes y sábados por la noche, la zona de la torre se convierte en un enorme botellódromo, donde miles de personas se agolpan para sentarse, cantar, bailar y, sobre todo, beber allí juntos.
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Botellón a los pies de la Torre Gálata |
El día había sido muy intenso y aún teníamos que llegar en tranvía hasta Sultanahmet, afortunadamente había una pastelería abierta en la parada final y nos comimos un par de piezas de baklava antes de caminar otro cuarto de hora hasta el hotel.
¿Nos dejarían dormir nuestros vecinos ruidosos?