En estas fechas en los que las horas de luz son cada vez menos, en los que mucha gente reduce su actividad, pues padece alguna suerte de complejo de caracol o no ha reconocido la importancia del invento de la luz eléctrica, vienen a mi mente las imágenes recopiladas este verano en la capital sueca.
Supongo que allí ahora mismo debe hacer un frío de mil demonios y que las horas de luz deben ser las suficientes para perdértelas todas en tu horario laboral, en fin, para algunas cosas debe ser que no es bueno ser sueco. Pero…
¿Y en el verano?.
El equipo guindillero en su afan antropológico y viajero visitó la capital sueca este mes de julio y puedo aseguraros…
Que fue una experiencia estupenda.
Intentaré poner un poco de orden y os advierto que no pondré muchos nombres de lugares y todo eso, ¡porque es horrible!, no soy capaz de recordar más de dos o tres y escribirlos va a ser toda una odisea, pero en fin, ¡allá voy!.
Llegamos una bonita tarde de finales del mes de julio. Era un día soleado, lo cual en esa época es normal, pero como somos españoles, tendemos a creernos que sólo hay sol en Benidorm. En fin. Ya desde el autobús que nos llevaba desde el aeropuerto hasta la ciudad, íbamos planeando qué hacer en esos días y, para empezar, esa misma noche.
El autobús nos dejó en la Estación Central, que sabíamos, estaba relativamente cerca de nuestro alojamiento (luego hablaremos de él…).
En cualquier caso, un poco perdidos y encantados de pasear por una ciudad soleada y con una temperatura de unos 25 ºC , emprendimos la marcha en dirección a Södermalm, la isla residencial al sur del centro, que es dónde estaba nuestro barco hotel, porque lo cierto es que los precios de los hoteles en Estocolmo son… como decirlo… ¿tremendos?, ¿enormes?, ¿carísimos?... en fin, que este recurso del antiguo barco convertido a hotel es muy común, no en vano esta ciudad está asentada sobre un montón de islas, convirtiéndose el agua en una parte fundamental del paisaje.
Al poco de comenzar a caminar y tras esquivar a unas 200 personas que corrían o montaban en bici y mientras contemplábamos a otras tantas remando en canoas o barcos o navegando en sus veleros, llegamos al ayuntamiento, que sabíamos estaba más o menos enfrente de nuestro destino.
Ya habría tiempo de visitarlo, pero entonces sólo queríamos llegar a nuestro camarote y por nuestro barco-hotel (lo llamaremos barchotel) preguntamos a un amable bedel del ayuntamiento que nos dio la primera muestra de humor escandinavo.
- Buenas tardes, buscamos el Loggin Hotel.
- Está allí enfrente, aquí al lado (dijo señalando un barco en la otra orilla).
- Esto…. Ya…, pero hay agua en medio, ¿cómo llegamos?.
- Pues en cinco minutos si sabéis caminar sobre las aguas o en un cuarto de hora si vais por el puente.
- ¿?.
Fuimos por el puente.
Y allí llegamos, a nuestro barchotel y nos dieron las llaves de nuestros armarios… ¡digo!, camarotes y puedo asegurar que creo que nunca he salido más rápido de un lugar.
La habitación era mucho más que minúscula. La cama era pequeña y estaba empotrada (supongo que ese barco sólo servía de alojamiento a turistas bajitos, porque no se como se mete un sueco de más de doce años en esa cama). El armario directamente no existía y era imposible que dos personas permaneciesen, a la vez, de pie en la habitación.
Lo dicho, nos fuimos muuuuy rápido de allí en busaca de auténtica comida sueca.
Antes de conseguir cenar dimos un maravilloso y breve paseo por Södermalm y pasamos a Gamla Stand, la isla más antigua de la ciudad, el origen histórico de la misma y digamos que el centro. Allí nos dimos una vuelta y entramos en un restaurante tradicional dónde dimos cuenta de una suculenta y contundente cena llena de típicos productos suecos. Degustamos arenques marinados, una ingente cantidad de patatas asadas, estofado de carne de reno y todo ello realmente delicioso, en serio, nos gustó mucho.
Y lo mejor, o peor, según se mire, es que no me resultó escandalosamente caro. Entendámonos, fue caro, pero no como me lo habían pintado, hablo de gente que había visitado Estocolmo hace unos años, va a ser que los precios en España han crecido a mucha más velocidad que en Suecia.
Después de esa contundente cena continuamos paseando por las orillas de Gamla Stand y fue cuando me di cuenta de una cosa… esto, ¿qué hora es?, pues sí, era casi medianoche y aún se notaba el resplandor del sol en el horizonte, ¡qué bonito! (os aseguro que unas pocas horas después, cuando a las 5 de la mañana un sol tremendo entraba por el ojo de buey del armario, digo del camarote, ya no me hizo tanta ilusión visitar una capital nórdica).
Pues sí, volvimos al barco y allí, desde la cubierta, contemplamos unas preciosas vistas de la ciudad a medianoche. Sin duda, lo mejor de este hotel son sus vistas. En primer plano el Ayuntamiento.
Continuará…
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