Seguimos adelante, el día pintaba mal, llovía, hacía aún más frío que el día anterior y si bien el perfil de la etapa parecía sencillo, me estaba temiendo otra jornada embarrada.
Aún no podía imaginarme hasta que punto.
Aún así, el inicio no fue muy malo y eso a pesar de que Pendiente de Diagnosticar no se encontraba bien, unas molestias estaban condicionando su marcha y yo estaba decidido a ponerle buena cara a aquella jornada.
Iniciamos camino por sendas rurales con barro y hermosas flores en la cuneta. Yo bromeaba acerca de las experiencias hasta el momento vividas y no fuimos mal hasta que aparecieron los primeros tramos embarrados.
No quiero ser pesado, pero de verdad que fue muy duro caminar en esas condiciones, subir trechos empinados mientras los pies se hunden hasta los tobillos. Teníamos que ir muy despacio para no caer, al levantar los pies, tenías que hacer un esfuerzo extra y al volver a apoyarlo, la masa que arrastrabas te hacía patinar y cada paso suponía un esfuerzo para no perder el equilibrio y caer.
Así, poco a poco fuimos caminando. Recuerdo un repecho muy, muy empinado. Yo decidí adelantarme, porque Pendiente de Diagnosticar subía más despacio y a mi ese ritmo me hacía daño. Recuerdo como decidí tirar con todas mis fuerzas hasta alcanzar la cima del repecho y como me pasaron un par de bicigrinos que iban, literalmente, con la lengua fuera. Llevaban detrás de ellos a otro par de compañeros que tuvieron, como si de un ciclocross se tratara, que echar pie a tierra.
En esas condiciones llegamos hasta Mañeru, momento en el cual empezó a diluviar. Aquello no era lo peor, lo que más nos preocupaba es que al horizonte, pero no muy lejos, se adivinaba una tormenta, se veían rayos y se oían truenos. La verdad, no había contado con la posibilidad de caminar bajo una tormenta.
Las fotos no hacen justicia a la jornada, hay que tener en cuenta que cuando más llovía y cuando nos era más difícil caminar, no hacíamos fotos.
Seguimos camino. Vamos en dirección a Cirauquiy aquí si que lo pasamos mal. El pueblo está en lo alto de una loma y el sendero… ya no existía, estaba literalmente inundado. En su lugar un río enlodado bajaba turbulento. Era imposible continuar por allí, por lo que tuvimos que caminar entre las cepas, donde la condición de la tierra suelta hacía que, de nuevo, volviésemos a hundirnos a cada paso.
No recuerdo cuanto tiempo tardamos en alcanzar el pueblo, pero se me hizo eterno.
Llegamos por fin a Cirauqui. A esas alturas de la jornada los peregrinos constituíamos una patética procesión de penitentes que sufría a cada paso.
El Camino atraviesa el pueblo por su parte más alta. En un bonito lugar, en el que se atraviesa bajo las casas en una especie de túnel, se había habilitado un espacio para sellar las credenciales. Un poco más adelante, una pequeña tienda se constituyó en el punto de reunión de variopintos y agotados peregrinos. Nos detuvimos a descansar, comer algo y tomarnos un café caliente.
En aquel momento aparecieron, como no, los portugueses, Yilmaz y la parejita francesa. Cuando estábamos hablando entre todos (menos los franceses, claro), apareció uno de esos personajes curiosos que pululan en el Camino. No supimos como se llamaba, a partir de entonces sería conocida como la Hormiga Atómica, se trataba de una ciudadana canadiense de cerca de sesenta años, alzaba apenas metro y medio y su mochila era más grande que ella. La mujer apareció desesperada buscando una cabina telefónica, pues tenía que llamar a su marido que estaba esperando en Montreal. Intentamos explicarla que en España quedan pocas cabinas, que debía buscar un locutorio o llamar por el móvil. Además, clamaba por el barro (ya se sabe, parece que los extranjeros no suelen asociar España con frío, lluvia y barro) y preguntaba si se podía alcanzar Estellapor carretera, abandonando el Camino.
Mucha gente, ese día, decidió caminar por carretera.
Quizá debimos hacerlo.
Una lugareña se apiadó de nosotros y nos comentó que al parecer el ayuntamiento no podía arreglar los accesos al pueblo por la aplicación de alguna normativa referida a mantener sin modificar el trazado del Camino de Santiago. Vamos, que en estos tiempos a Santo Domingo de la Calzada en lugar de hacerle santo, lo meterían en la cárcel por violar una estúpida ley autonómica al intentar mejorar las condiciones de los peregrinos. Menuda gilipollez, ósea, ¿qué no se pueden hacer mejoras en el Camino?, ¡cuanto daño ha hecho la moda del turismo rural de pijos urbanitas!. Yo me indigné, vamos no me jodas, ósea que no se puede arreglar el Camino para que las pasemos p**** y en un día como aquel la mitad de los peregrinos optase por seguir por la carretera con el peligro de los camiones, coches, etc...
Espero que no haya que lamentar algún accidente de peregrinos atropellados por algún camión para que alguna autoridad se de cuenta de la tontería que esta normativa supone.
En fin, continúo.
Como una broma del destino, el sol salió mientras descansábamos y aproveché para hacer alguna foto.
Continuamos en dirección a Lorca pisando por una antigua calzada romana. Un paisano que nos pasó como una exhalación nos dijo que el sendero mejoraba de allí en adelante y hasta Estella.
Era mentira.
En fin, por no extenderme mucho comentaré que volvió a llover, que el barro no desapareció y la tormenta cada vez estaba más cerca y nosotros más expuestos.
Estaba muy preocupado.
Más adelante decidimos parar un momento en un lugar en el que el Camino cruza la carretera que va en dirección a Estella, allí, descansando en la cuneta meditábamos acerca de la posibilidad de dejar el sendero y continuar por la carretera, como efectivamente ya estaban haciendo muchos peregrinos. Evidentemente, continuar por la carretera significaba abandonar el barro y, quizá, estar menos expuesto a la tormenta, pero por otro lado, con la poca visibilidad que había y el vendaval que se estaba montando, no iba a ser nada agradable caminar en fila india por una carretera que no dispone casi de arcén y con los camiones afeitándote.
Con la sensación de haber tomado la decisión equivocada, decidimos continuar por el Camino. Justo en aquel momento se incorporó a nuestra posición un peculiar caminante. Dijo ser bombero de profesión. Vivía en San Sebastián y tras acumular vacaciones y días libres, se había aventurado en el Camino, eso sí, con la idea de hacerlo hasta Finisterre y ¡hacer también la vuelta!.
Recuerdo que pensé: ya nos ha tocado el machaca flipado del Camino, ¡si es que tengo un imán!. Bueno, al final no fue tan malo, nos contó que el muy animal, el segundo día (había comenzado en Francia) se hizo del tirón Roncesvalles-Pamplona y por ello le dolía un poco el pie. Madre mía, más de 40 kilómetros de barro. Hay que estar loco.
Y loco es lo que me pareció cuando llegamos a un puente de medieval de piedra ante el que echó una rodilla en tierra y extendiendo sus brazos que sujetaban los bastones, inclinó la cabeza y empezó a rezar. Eso si que no lo habían visto nunca, además, mi guía del camino no me advertía de bomberos flipados. Bueno, no quiero que parezca que me meto con él, todo lo contrario, fue amable y sonriente, nos acompañó en el repecho que asciende hacia Lorca y allí, justo al alcanzar el pueblo nos dejó, pues parecíamos retrasar su marcha.
¡Buen Camino, bombero!.
Tuvimos un rato de paz y de sol y así, a los pies de un muro de piedra nos propusimos descansar un ratito y comer algo.
Continuamos poco después. Volvieron el frío y la lluvia y aún quedaba mucho para llegar a Estella.
La entrada en Estella es espantosa, o al menos yo lo recuerdo como un infierno. Me dolía la rodilla y al acercarnos a un parquecillo en el que había que descender varios escalones, me hacía bastante daño. Lo cierto es que me alegré bastante de acercarme al final de la etapa. O eso creía, porque aún tuvimos que caminar durante bastante rato. Al principio por una carretera que sigue el curso del río para finalmente cruzarlo por un puente de piedra y alcanzar el Albergue de peregrinos.
Nos íbamos a alojar en el Tximista, un hotel realmente coqueto que se había inaugurado recientemente y que ocupaba las instalaciones de una antigua fábrica de harina. Yo no sabía dónde estaba exactamente el hotel y sí, estaba a tomar por saco, bastante lejos del Camino. Yo iba con dolores en la rodilla y Pendiente de Diagnosticar bastante afectada, por lo que no pudimos disfrutar en absoluto de los rincones de la ciudad. Había dejado de llover, pero estábamos tan cansados que sólo queríamos llegar al hotel y descansar un rato por lo que apresuramos el paso en la Calle Mayor y ni siquiera nos paramos un momento para apreciar la Plaza Mayor.
Llegamos al hotel, de nuevo fuimos dejando un rastro de barro. Como quiera que éramos unos peregrinos de lujo (os recuerdo que en estas primeras etapas estábamos de luna de miel), dejamos ropa en la lavandería del hotel para tenerla limpia al día siguiente.
Subimos a la habitación, era maravillosa, blanca, cómoda, relajante. Hicimos la colada de la ropa que llevábamos puesta quitando el barro bajo la ducha, descansamos un rato y después de haber escrito un poco en el diario, bajamos a disfrutar de las instalaciones del hotel, ósea, a zampar. Tuvimos suerte, pues el menú de la noche era realmente bueno.
Estábamos agotados, no salimos del hotel, no paseamos por la ciudad, sólo queríamos descansar todo lo posible y rezar para que al día siguiente, que parecía de un perfil mucho más suave, al menos no tuviéramos la pesadilla de la lluvia y el barro como infatigables compañeros de ruta.
Efectivamente, no tuvimos apenas barro, pero fue un día desgraciado, muy triste.