He visto en varias ocasiones y en diferentes blogs esta misma entrada con variaciones en el título, así que yo mismo me he decidido a contar mi versión, por otro lado, bastante coincidente con la de otros colegas.
Soy un gran amante de los restaurantes. Cuando digo esto lo hago con todas sus consecuencias. Debido a la naturaleza de mi trabajo no me veo en la obligación de acudir a diario a ellos y en casa se cocina todos los días, por lo que para nosotros, acudir a un restaurante nunca es una obligación y forma parte de nuestro más preciado ocio.
Disfruto muchísimo descubriendo un nuevo local, desde sus platos hasta su decoración, pasando por sus vajillas. En definitiva, para mi acudir a un restaurante es una experiencia hedonista que puede verse comprometida por unos cuantos factores, de los que voy a enumerar los 10 principales. Aunque hoy me limitaré a 5 para no hacer un post demasiado largo
1.- La carta “desactualizada”: Confieso que me tomo mi tiempo delante de una carta, me gusta leer despacio y hacerme una idea de conjunto, así que, a no ser que vaya a pedir un menú degustación, suelo recrearme en sus distintos platos. No es por perder tiempo, es que me gusta leerlo todo y quiero saber si voy a pedirme un entrante compartido o un primero y un segundo, etc…
Dicho todo esto, algo verdaderamente frustrante se produce cuando, tras esta práctica y la paciencia de mis acompañantes, se acerca el camarero y se desarrolla un diálogo más o menos en estos términos:
- ¿Ya saben lo que van a pedir?.
- Sí, yo quería las alcachofas con cruj…
- ¡Uy!, las alcachofas se nos han terminado.
- Ya…, en fin pues entonces me voy a pedir unos mejillones al…
- Pues no va a poder ser porque hace ya dos semanas que no tenemos mejillones.
- En fin… Pues me vas a traer los chipirones en su tint…
- ¿Puede esperar un momento?, voy a preguntar si nos quedan,…
Cinco minutos después:
- Lo siento, me dicen que desde el mundial 86 no servimos chipirones, pero tenemos fuera de carta unos percebes…
- ¿A cuanto?.
- Uy, pues no sé.
Vamos a ver, si los platos que tenéis en el restaurante no se corresponden con los de la carta, es mejor que pongáis lo que os de la gana, avisando claro, algo del tipo:
“Aquí se come lo que yo te diga cuanto yo te lo diga y al precio que a mi me de la gana”
Pero es que esto que acabo de contar no es una excepción, o yo tengo muy mala suerte o pasa muy frecuentemente. Y ojo, no sólo hablo de comida, con el vino es casi una constante, vamos, que en muchos restaurantes, aunque veas una carta con 100 referencias de vino, “operativas” tienen 2, un Rioja y un Ribera.
Otra forma de “desactualización” de la carta de vinos se da cuando “parece” que tienen un vino y en verdad tienen otro. Por ejemplo, os voy a contar un caso real de no hace mucho:
Este verano, en una cena en un restaurante de tintes canarios que se ha puesto de moda en Madrid en una de las zonas más pijotontunas, cenamos cuatro personas, las otras tres cometieron la irresponsabilidad de cederme el honor de elegir el vino y así lo hice. Resulta que cuando lo trajeron y procedieron a abrirlo y servirme un poco, lo probé, di mi aprobación y ya de paso le comenté al camarero que me había traído un vino que no era el que había pedido. El decía que sí y yo que no. Armado de la carta y con la botella en la mano procedió a demostrármelo y entonces le indiqué que lo único que coincidía era el nombre, todo lo demás, el tipo de uva, el año, la crianza… eran diferentes. Cuando se convenció me propuso cambiar el vino y le dije que no, al fin y al cabo el vino que nos trajo en las tiendas es un 50% más caro que el que figuraba en la carta.
2.- Cobrar el pan y el cubierto: Esto me pone de muy mala leche y es algo casi inevitable, vamos a ver, resulta que acabo de comer, pido la cuenta y veo que me cobran dos euros por el pan y cubiertos o por el servicio o por el abrillantador. Pero oiga, ¿tengo alternativa?, es decir, ¿si como con las manos y no toco el pan no me cobra este plus?, porque si es así, un día me pido croquetas y chuletillas de cordero, me olvido del pan y me ahorraría dos euros, pero es que no, no hay alternativa, te lo cobran y punto. Fijaos que en Portugal tienen una costumbre que consiste en poner en la mesa antes de servir la comida pan y un aperitivo, de modo que si cuando llega la comida no has tocado el pan te lo retiran y no lo cobran. Ahora que lo pienso… lo que no se si controlan es si alguien se ha dedicado a frotarse el pan por todo el cuerpo, ósea, que igual ese pan lleva 5 mesas de viaje y cuatro manos diferentes hasta que te llega a tí.
3.- Los precios sin IVA: Me irrita profundamente ver en el exterior de un restaurante su carta con unos precios majetes y al final del texto, en una letra tipo Arial 2,5 algo como “Estos precios no incluyen el IVA”… ¡pues ponlo!, te cuesta lo mismo y no hacerlo responde a una estrategia de marketing de lo más cutre. Yo es que ya, por principio, me niego a entrar a un restaurante que hace esto, es como si vas a tu frutería y tuvieran los precios sin el IVA, ¿te parecería normal?, ¿y lo de los restaurantes sí?, ¿te imaginas comprando unos zapatos y que te dijeran algo así:
- Son 60€ más el IVA y además le cobramos 2€ por el calzador.
- Pero si no he usado el calzador.
- Ya, pero ahí estaba.
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Este cobra el pan, pero al menos tiene el IVA incluido |
4.- La relatividad en los tiempos de atención: Me explico. Suelo tener la misma prisa cuando llego que cuando me voy, de hecho, me gusta tanto estar en los restaurantes que suelo tener más prisa cuando me voy, que cuando llego y eso es así porque cuando pido la cuenta es que ya no quiero seguir en mi silla. Sin embargo, lo habitual en los tiempos suele ser que el tipo pretenda tomarte nota cuando ni siquiera has terminado de sentarte (y eso me molesta porque, como ya he aclarado, me gusta tomarme mi tiempo antes de decidir) y sin embargo, cuando ya has comido y quieres irte, puedes pedir la cuenta y el camarero suele decirte:
- Ahora mismo señor.
Lo cual suele equivaler al tiempo que tardarías en leerte el manual de instrucciones de tu horno multifunción, ósea, algo eterno. Yo he llegado a pedir la cuenta con la comanda. En serio, no es broma, he llegado a pedirlo todo junto:
- Quiero una cerveza, un gazpacho, de segundo la codorniz en escabeche, una copa de rosado, un café con hielo y la cuenta por favor.
- ¿Quiere que le prepare ya la cuenta?.
- Sí.
- ¿Y si desea pedir algo más?.
- No voy a pedir nada más.
- ¿Y si desea cambiar algo?.
- No voy a pedir nada más, ni nada menos, ni a cambiar nada, tráigame lo que le he pedido y la cuenta.
Nunca, repito, NUNCA, he conseguido que me hagan caso. Una vez servido el café y tras insistir en que me traiga la cuenta suele transcurrir una media de 3 horas (o eso es lo que a mí me parece) hasta que aparece el mismo camarero y te dice:
- ¿Desea algo más?.
- ¡¡¡¡¡Arrrggggg!!!!, ¡la cuenta!.
5.- La extinción del vino rosado: Me molesta, me molesta que una carta de vinos contenga 30 referencias de tintos, 9 de blancos, 4 cavas 1 champagne, además de vinos de postre y… como mucho, 2 rosados (últimamente, en muchos sitios no hay ni uno). Y encima me ponen siempre los mismos, hay una especie de oligopolio del rosado entre Chivite, Mateus y Peñafiel. En algún lugar aparece un cuarto elemento tipo Enate y punto, se acabó.
Hay gente a la que le gusta el vino rosado y además es un buen recurso para cuando hay diversidad de platos en una mesa (un menú largo y estrecho o una pareja que pide cosas muy diferentes). Por favor, ¡que vuelva el vino rosado a las cartas!.